Por Pilar Rahola (Madrid).
Ratzinger, en cambio, siempre me pareció un pensador importante y cuando tuve la ocasión de leer su diálogo sobre la razón y la fe con Jürgen Habermas, que se celebró en la Academia Católica de Baviera en el 2004, me convencí de que, además de profundo, este hombre era valiente, no en vano asumía los retos más complejos de la modernidad. Lógicamente, sus postulados y los míos distan tanto como la misma razón y fe de su diálogo, pero si algo resulta estimulante es el debate de ideas confrontadas, especialmente cuando debajo de ellas hay mucha lectura y mucha reflexión. Al fin y al cabo, lo enriquecedor no es coincidir en las respuestas, sino atreverse a formular las preguntas difíciles.
Y sin duda Ratzinger es un hombre que se interroga. Por supuesto, ello no acalla las críticas que deben hacerse al Vaticano, especialmente en cuestiones socialmente hirientes. Pero también es cierto que desde Juan XXIII no se había visto un Papa más decidido a poner foco en los rincones más oscuros de la Iglesia. Y sus postulados respecto al islam o a la relación con la secularidad son de vuelo alto. Ahí está su discurso en Westminster. Veremos cómo sigue, pero, sin tantos aspavientos y con menos carisma que otros, Ratzinger demuestra una categoría intelectual que sin duda enriquece su papado.
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