Por Martín Tetaz,
economista y columnista.
Nuestro
país tiene 70 años de historia en materia inflacionaria, período en el cual,
como es sabido, la moneda perdió 13 ceros. Sin perjuicio de ello, todavía la
batalla cultural sobre sus nefastas consecuencias está lejos de haberse ganado
y cada tanto aparece alguien sugiriendo que “un poco de inflación no está tan
mal”.
En
mi opinión la causa principal de la indulgencia radica en que el primer
episodio de aumento sistemático y sostenido de los precios en el tiempo se dio
entre 1945 y 1952, en un contexto de suba del salario real que creció 23% entre
1944 y 1951. La revisión de los datos históricos confirma que la causa
principal fue la presión de los salarios sin correlato con aumentos de
productividad y convalidados con una espectacular expansión de la base
monetaria que se multiplicó por siete en el ínterin.
De
hecho, en el evento más reciente de aceleración de precios que comenzó en el
año 2006, los salarios reales tampoco perdieron participación, dando lugar a la
justificación de quienes creen que la inflación no es un problema si existen
paritarias que indexan los salarios en la práctica.
Sin
embargo, la inflación sí es un grave problema incluso cuando no afecte los
salarios reales ni aumente la pobreza y el propósito de esta columna es aportar
12 razones que explican por qué y que permiten entender la obsesión del Banco
Central con este tema.
Todos por el dólar
La
inflación es un problema porque erosiona el valor de la moneda, haciendo que el
país pierda soberanía, puesto que no es posible hacer política monetaria sin
moneda. La debilidad de los argentinos para con el dólar y el hecho de que
pensemos en moneda extranjera es la prueba de esa decadencia. Sin moneda no hay
desarrollo posible
Sin
moneda es más baja la tasa de ahorro, comprometiendo el desarrollo en el largo
plazo, puesto que para financiar las inversiones fundamentales para el
crecimiento es preciso contar con ahorro propio, o se cae en la dependencia del
ahorro externo.
No
solo es menor la tasa de ahorro, sino que al haber inflación se atesora en
dólares en vez de hacerlo en pesos, complicando el balance de pagos y haciendo
que la economía necesite un tipo de cambio sistemáticamente más alto, para
poder comprar esos dólares con finalidad de ahorro. La contracara de un tipo de
cambio estructuralmente más alto, son salarios más bajos.
Por
culpa de la inflación tampoco hay crédito, porque como nadie quiere perder
plata, quien presta fondos debe cubrirse por la inflación esperada y entonces
la cuota inicial de un crédito se hace tremendamente cara. Por ejemplo, con una
inflación de 25% anual, la mejor cuota de un crédito hipotecario a 20 años es
de 14.000 pesos por millón, mientras que con 5% de inflación esa cuota cae a la
mitad. Ni hablar de otros créditos que no tienen la tasa subsidiada, porque la
cuota tiene como piso a la propia inflación. Para muestra basta un botón; en
2001 a pesar de lo profundo de aquella crisis había cinco veces más crédito
hipotecario (como porcentaje del PBI) que en el 2011, que fue el mejor año del
último ciclo.
Inflación y menos
inversión
El economista formula
las doce razones por las cuales la Argentina soporta “la tremenda enfermedad”
de la inflación.
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Con
alta inflación hay menos inversión. En primer lugar porque como dijimos antes
hay menos ahorro para financiarla y en segundo lugar porque es más difícil
computar el flujo de fondos de un proyecto y por lo tanto evaluar su rentabilidad
potencial.
La
inflación distorsiona el normal funcionamiento del sistema de precios, porque
nadie sabe a ciencia cierta cuánto cuesta cada cosa. Si esas señales no
funcionan correctamente, el sistema asigna mal los recursos, generando
ineficiencias varias.
Con
alta inflación aumenta también la dispersión de precios y un mismo producto
puede encontrarse con diferencias muy grandes de un lugar a otro. En ese
contexto los grandes perjudicados son los consumidores que pierden poder para
disciplinar a los formadores de precios concentrados. La inflación reduce la
competencia y aumenta el poder de mercado de los grupos monopólicos y oligopólicos.
La
inflación produce distorsiones de precios relativos toda vez que los precios
regulados de la economía quedan atrasados generando escasez, ya sea de energía,
de dólares, o de cualquier otro producto que no acompañe el proceso
inflacionario general.
Los sindicatos
La
inflación concentra poder político en los gremios porque la capacidad de
negociar salarios se vuelve crucial para los trabajadores. A su turno, los
representantes de los trabajadores, con ese poder adicional, aumentan su
influencia en la formulación de la política económica.
En
la medida que la inflación se desata pone en marcha mecanismos distributivos
que se contrabalancean con la presión de gremios y movimientos sociales, con el
consiguiente aumento de conflictividad que se materializa en piquetes, paros y
diversas medidas que implican menos producción, menos días de clase y un
deterioro general de la calidad de vida en las grandes ciudades.
La
inflación genera efectos distributivos varios toda vez que el mecanismo de
formación de precios y salarios no indexa perfectamente todos los contratos. Y
si existiera perfecta cobertura, la inflación tendría una inercia que no solo
haría muy difícil pararla sino que desembocaría en una hiperinflación.
La
inflación aumenta la corrupción, puesto que es más difícil detectar
sobreprecios y coimas cuando nadie sabe cuál es el costo de un kilómetro de
asfalto, un mueble de oficina o un contrato de provisión de un servicio. Como
además el sector público suele pagar a plazo, los proveedores se cubren de la
inflación esperada inflando los precios de las licitaciones, de manera que es
muy difícil saber si el sobreprecio es por cobertura o por corrupción.
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