Por Miguel A. Brevetta Rodríguez
Se fue el "gringo" Antonio Carot, con quien casi todos los días nos cruzábamos por la peatonal Tucumán. Fue un hombre amable, cordial, sencillo, simpático y alegre como fue su vida.
Lo conozco desde el primer grado de la escuela Laprida, allí se desempeñaba como "intendente" del establecimiento y custodio de todo el discipulado. Se decía entonces que el gringo estaba... para todas las cosas.
Después lo ví en la cancha de su Central Córdoba debajo de los tres palos en donde se cansó de ganar campeonatos. Alto, bien alto y enfundado de negro salía a la cancha sonriente y seguro, para deleite de esa nutrida hinchada del Oeste.
No hay quien no recuerde el histórico triunfo ante Boca 2 a 1, en La Bombonera, por el Campeonato Nacional o aquella inolvidable final del Torneo Regional de la AFA de 1967 en Tucumán, ante Sportivo Guzmán.
¡Cuánto sufrimos los hinchas de Unión cuando el “gringo” Carot no nos dejaba ingresar a los cuarto de finales...! Ellos, casi siempre estaban clasificados, no necesitaban más puntos que les sume a la tabla, en aquellos campeonatos. Pero a nosotros, nos era fácil vencer la valla de Carot aunque se jugase por nada.
Y nos volvimos a encontrar, una vez más en el tiempo, en la vida y en Santiago de noche. Eran los dorados ‘70 que lo tuvieron como el "protector" de Vinicius -primer boliche de onda- en la avenida Colón casi Lavalle. El “gringo” tenía el poder, era quien decidía sobre los que podían ingresar y los que no.
Años después nos reencontramos, una vez más, pero en la cancha del fútbol, él defendiendo los colores de los Veteranos de Central Córdoba, si mal no recuerdo, yo jugando para Rabenar o para El Liberal en los campeonatos de la Liga Amateur.
Nos relacionamos casi toda nuestra existencia, en distintas etapas y, sin embargo, nunca fuimos amigos. Sólo el saludo cordial y respetuoso y alguna que otra charla para evocar recuerdos.
Se fue un hombre admirado por la afición futbolística santiagueña, querido y respetado. Aquí lo estamos evocando desde la sencillez de la memoria y lo despedimos como se merece aplausos, aplausos y más aplausos.
Tenía 71 años. Y ¿la pucha, cómo se pianta la vida…!
Requiéscat in pace.
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