Por Sebastián Deies
Todo retomó su rumbo fatídico en el mes de abril de 1982. “Si quieren venir, que vengan, les presentaremos batalla”, arengaba la voz aguardentosa del presidente Leopoldo Fortunato Galtieri, ante una multitud, en Plaza de Mayo.
El ideario popular lo recuerda uniformado, de rostro adusto y con un vaso de güisqui (del inglés whisky) en la mano. Aquel abril trató de imitar a Juan Perón desde el balcón de la casa de Gobierno. Sostienen los analistas que el oportunismo político se valió de razones históricas para intentar perpetuar la dictadura militar. Aquella guerra causó la muerte de 1.063 jóvenes: 662 murieron en el archipiélago durante la contienda y 401 murieron en Argentina -según la Federación de Veteranos de Guerra- víctimas de suicidios y enfermedades nacidas de aquella experiencia traumática.
Cuando empezaron los primeros disparos, la mayoría de los británicos no podía ubicar las islas Malvinas en un mapa. Para nosotros eran y son una convicción nacional. Sin embargo, había varias razones para que los ingleses acepten el desafío. En principio, por orgullo nacional. También era fundamental para la política exterior inglesa que este país no se mostrara débil ante los soviéticos y el resto de los europeos. Finalmente, Margaret Thatcher, la temible “dama de hierro”, necesitaba ganar las elecciones legislativas programadas para principios de 1983.
En nuestro país, un seudo nacionalismo vestido de verde oliva fue la alfombra de intereses mezquinos, bajos y deleznables que tuvieron como víctimas principales a jóvenes que no alcanzaron los 20 años de edad.
Cuesta ver despojos. Según datos obtenidos por el Ministerio del Interior el 43% de los ex combatientes no posee vivienda propia y el 36% sufre alguna dolencia de salud. De ese grupo, el 71% padece hipertensión arterial y casi un 10% sufrió un infarto.
"A la noche dejábamos el cilindro de acero inoxidable en la puerta de la carpa. Muchas veces se metían lauchas de campo, y morían congeladas tratando de salir del balde. La comida consistía de mate cocido por la mañana, sin pan ni azúcar, un guiso líquido al mediodía y a la noche caldo sin nada. Nunca hubo ni pan ni fruta. Conseguíamos el agua llenando las cantimploras de charcos que había en el terreno. No nos quedó otra opción que salir a robar de nuestros propios depósitos. El botín se escondía en cajas vacías de munición, engañando así a los oficiales. Además había grupos de cazadores de ovejas, es decir que se creó un primitivo comercio de trueque. Aún así perdí 17 Kilogramos. Volví a casa pesando sólo 55 kilogramos, hasta el día de hoy sigo sin perdonar a los oficiales argentinos a cargo nuestro”, confiesa uno de los sobrevivientes del infierno que volvió en el 2000 a las islas “para dejar que los fantasmas descansaran en paz”.
Hubo varias guerras de Malvinas, al mismo tiempo y en distintos ámbitos. Una era relatada por radio. Otra, distinta, por TV. Hubo guerra en tinta y papel, protagonista de las portadas de los diarios más importantes del país. Sólo una fue la verdadera. Más de mil jóvenes no regresaron. Sus restos abonan ese helado apéndice celeste y blanco.
Algunos quieren regresar para echar bálsamo a las heridas y otros, lamentablemente, sólo prefieren haber muerto a seguir viviendo con el estigma de la derrota.
“Por supuesto que pensamos que fue por la guerra. No eligió cualquier lugar para matarse: lo hizo en el Monumento a la Bandera, que es todo un símbolo. Estaba esperando una pensión de doscientos cincuenta pesos o trescientos pesos, que recién llegó en diciembre del año siguiente. Pero no es por plata que se mató”, narra descarnadamente la madre del un ex combatiente.
Malvinas es un tajo enorme en el alma de los argentinos. Que no ha de cicatrizar mientras haya una mano en el mundo que se encargue de echar sal sobre las heridas.
Sin embargo nadie, pero nadie, nadie podrá quitarnos el derecho a sentirlas propias.
A pintarlas de celeste y blanco en lo más profundo del alma.
A que los niños de millares de escuelas en el país canten su himno en castellano.
A que sean Malvinas y no Falklands.
Porque nuestros jóvenes murieron en el sur, allá en 1982, para que la patria siga viviendo.
Y por eso, están vivos. Para siempre.
A ellos, este humilde y tal vez impreciso homenaje.
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