martes, 1 de julio de 2014

Santiago y sus periodistas devorados por los medios

Por Ernesto Picco, periodista del Conicet-Unse, docente Ucse y editor Revista Trazos

En Santiago los medios se han devorado a los periodistas. Se puede hacer el experimento: si le pedimos a alguien que nos diga tres nombres referentes del periodismo, seguramente todos serán de Buenos Aires. Si insistimos en la pregunta pidiéndole tres de los nuestros, le costará trabajo respondernos. Lo más probable, al fin y al cabo, es que no pueda hacerlo.
La identidad de los periodistas, su visibilidad y su impronta son fundamentales para el desarrollo de la profesión, para la calidad de la producción, e incluso para la buena imagen de los medios. Sin embargo, esto parece haberse perdido de vista. Aclaremos: no se trata de un problema que tenga que ver con la visibilidad del nombre o con la popularidad, sino con la despersonalización y mecanización del oficio que vienen como correlato de la anonimidad que a su vez atentan contra la calidad periodística. En las últimas décadas hemos avanzado en Santiago en dirección a una paradoja: hay más diarios, radios y canales, pero menos periodismo. Cada vez más trabajadores de los medios, por gusto o a la fuerza, son menos periodistas y más escribas o voceros institucionales.
Corremos con esto un riesgo muy grande, y es que la gente olvide que en Santiago hubo y aún hay excelentes periodistas. Esos que tratan de ir al fondo de las cosas, que se preocupan, que tejen vínculos con sus propias fuentes, que escriben bien, que leen mucho, que saben comunicar con la palabra escrita o hablada. Muchos de ellos todavía están en las redacciones, en las radios y en los canales, algunos resignados, y otros esperando un viento de cambio.

Empobrecimiento del oficio

Tapa de una edición de El Liberal.
Allí donde se supone que alguien observa, interpreta y relata una versión de los hechos, el rostro del observador se ha vuelto desconocido, sus interpretaciones han sido enderezadas en una sola línea editorial compartida por casi todos los medios locales, y la capacidad de relatar se ha ido diluyendo en una tarea anónima y mecanizada que deprime la agudeza y el talento del que tiene la vocación de contar. El relato periodístico, que es uno de los discursos sociales de más peso, se ha ido empobreciendo en Santiago, y con él se va empobreciendo nuestro acceso al mundo más próximo y cotidiano.
 El borrón de la identidad de los periodistas - y con ella de sus singularidades, de sus improntas, de su diversidad- es mucho más notorio en los medios gráficos, que son los de mayor penetración y poder de agenda en una provincia con medios audiovisuales en vías de desarrollo. Hasta la década pasada buena parte de lo que se escribía en los diarios llevaba firma. Eso obligaba a los periodistas a hacerse cargo, a escribir mejor. Estimulaba. Y algunas veces permitía decir que no, cuando se debía escribir algo con lo que el cronista disentía en aspectos importantes. Hoy eso ya no existe. Se publican notas firmadas que vienen envasadas por agencias de noticias, escritas de afuera y que hablan de afuera. No hay opinión local, y los reportajes que se realizan son anónimos. Así, la tarea periodística se ha vuelto cada vez más despersonalizada y automática para el que escribe, y más opaca y lejana para el lector.
En ese empobrecimiento del relato también tiene incidencia el problema de la concentración mediática. Becerra y Mastrini señalan en un trabajo sobre el tema lo siguiente: “La necesidad de concretar economías de escala y reducir costos laborales y administrativos conduce a los grupos de comunicación a maximizar los recursos físicos y humanos aprovechándolos para sus diferentes medios y unidades de negocio: la consecuente merma en la calidad de los contenidos afecta así al usuario final”. Este problema es acuciante en distintos lugares del país y del mundo, pero en Santiago se ha vuelto aún más notorio.

Reclutamiento de periodistas


Tapa de Nuevo Diario.
En la década del 30, cuando El Liberal pasó a manos de la familia Castiglione y dejó de ser un periódico partidario para convertirse en un diario comercial, los nuevos dueños salieron a contratar periodistas en una provincia donde no había tal cosa. Entonces reclutaron en las escuelas a maestros de grado porque sabían escribir bien, y se volvieron cronistas y redactores del diario. Algunos de ellos, como Hipólito Noriega, Guillermo Juárez o Carlos Argañaraz, permanecieron décadas en el oficio y formaron a los periodistas de la generación siguiente. En los 90, cuando apareció el Nuevo Diario y hacía más de diez años que la prensa escrita estaba monopolizada, tampoco había muchos lugares de donde sacar soldados para la nueva redacción. Algunos veteranos periodistas radiales y televisivos formaron un núcleo que estuvo apoyado por sociólogos y docentes universitarios - entre ellos Carlos Zurita y Alberto Tasso- que llevaron adelante la tarea de sacar a la calle una versión  -por esos años-  diferente de las noticias impresas.
 Es interesante entonces preguntarse de dónde salen los periodistas que trabajan hoy en los medios. Muchos están ahí hace años. A veces los se importan periodistas más experimentados de otras provincias. Pero en general, los nuevos salen de la carrera de Comunicación Social de la Ucse y de la Escuela de Periodismo Mariano Moreno. Digamos que si bien los periodistas no se forman en las aulas sino en las redacciones y en la calle, en el sistema educativo también tenemos responsabilidad en la pauperización del oficio: seguimos preparando a los jóvenes para conseguir un empleo en alguno de los grandes medios, y no para hacer un ejercicio crítico y liberador de la profesión. Esto ocurre porque en Santiago todavía conviven dos modelos institucionales de los 90 que debemos esforzarnos en cambiar.
 El primero es el modelo de universidad liberal que se piensa como una fábrica de recursos humanos para las empresas privadas y la maquinaria burocrática del Estado, en lugar de una comunidad interpretativa crítica y transformadora del ámbito en el que está inserta. El segundo es el modelo liberal del periodismo, donde lo que prima es el criterio comercial y el dominio del mercado, en lugar de un oficio que debe promover  la comunicación social como un derecho humano y ciudadano antes que como un negocio. En ese contexto, nuestros periodistas continúan desfilando por los medios de comunicación, imperceptibles, siguiendo el libreto. Muchos de ellos, sin saber que otro periodismo es posible.
En la última década se ha empezado a discutir el modelo del sistema de medios de nuestro país, primero por el impulso de las ONGs y los comunicadores populares, y después por la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual desde el Estado nacional. La demanda era la de cambiar el modelo de medios heredado por la dictadura y actualizado con las reformas legislativas de los 90. Como la mayoría de los grandes cambios normativos, este cambio también es cultural y afecta al ejercicio del periodismo, y viene aponer en tela de juicio el modelo liberal, que se ha sostenido con la objetividad como máximo estandarte del oficio. El debate actual propone un eje diferente para pensar el periodismo y la comunicación: la pluralidad de voces. La diferencia fundamental entre uno y otro es que la objetividad supone la descripción o los análisis asépticos, sin tomas de posición manifiestas y con pretensión de neutralidad; mientras que la pluralidad asume el hecho de que quien habla ocupa una posición diferenciada en la discusión, que puede tener intereses en ella, y que por poseer los recursos para hacer circular discursos, tiene a la vez la responsabilidad de mostrar una diversidad de posiciones que excedan la propia.
Esta pluralidad de voces puede buscarse por dos vías: con los propios medios gestionando sus políticas de contenidos y selección de temas, voces y enfoques en la producción de sus discursos particulares que visibilicen la diversidad y los diferentes puntos de vista; o con el Estado mediando para redistribuir la propiedad de los medios y fomentando la producción de contenidos de los actores con menos recursos técnicos o económicos. En Santiago los compromisos de los grandes medios impiden la primera variante, y la segunda se empieza a expresar a cuentagotas. En un país donde se está intentando cambiar un paradigma cultural en el que la comunicación y el periodismo dejen de ser exclusividad de las empresas privadas, hay un llamado al protagonismo de las universidades, las organizaciones sociales y sobre todo a los propios periodistas y comunicadores para transformar y dignificar la profesión. Que las conmemoraciones de otro 7 de junio nos sirvan para pensar en ello y aprovechar los vientos de cambio.