sábado, 8 de enero de 2022

Se fue “El Gringo” Maidana: el periodista sin tachas

Por Oscar “Cachín” Díaz.
Foto de archivo del diario El Liberal, de la década del ’70, cuando el autor de esta semblanza realizó un reportaje a Eduardo José Maidana, por entonces director de la radio LV 11.
Como un buen laico de la Iglesia Católica, ajustó su vida y su carrera de periodista y escritor a la moral que predicó. Para Eduardo José “El Gringo” Maidana, quien dejó de existir ayer en esta Capital, esa palabra de Dios tuvo una importancia trascendental y fue la que lo condujo por el camino correcto hasta consagrarlo en un hombre de prensa prestigioso y sin tachas.
Por ello, en sus crónicas, comentarios y editoriales en el diario El Liberal propiedad de los doctores José y Antonio Castiglione, “El Gringo” jamás empañó su juicio y comportamiento; mucho menos su pluma valiente y filosa.
En esa redacción en la que los que teníamos 18 años llegamos con sagacidad para comprender “las cosas del diario”, aquellos periodistas gigantes nos apaciguaban y encaminaban a dominar lentamente la técnica del periodismo. 
¡Cómo no recordar al secretario de Redacción don Hipólito Noriega, al prosecretario don Francisco J. Giménez, al editorialista don Bernardino Sayago y a la tropa de nuestros maestros inolvidables: Amleto D’ Aloissio, Juanito Elli, Guillermo Juárez, Melquisedech López, Rogelio Moisés Díaz, “El abuelo” Rojas, Luis Corbalán,“El Gallego” López, Julio Boente y Eduardo José Maidana, quienes con sus ejemplos diarios, “en familia” (porque éramos eso “los del Liberal") consiguieron convertirnos en periodistas, armadores y editores...
En aquellos tiempos “El Gringo” Maidana fue el “hombre orquesta” de la Redacción, porque  simultáneamente trabajaba como periodista y entrevistador de Canal 7, donde llegó a integrar el equipo directivo.
Luego, desde 1969 condujo la privatización de LV 11 Emisora Santiago del Estero y dirigió la radio hasta fines de la década de 1980.
A nivel nacional ocupó los cargos de vicepresidente y presidente de la Asociación Radiodifusoras Argentinas.
Más tarde, en 1984, retomó su tarea de escribir los comentarios dominicales en El Liberal.
 
La gran obra de la Ucse
 
Desde adolescente, “El Gringo”, proveniente de su añorado Barrio Norte (Bolivia y La Plata), se integró a la Acción Católica de Santiago del Estero, convirtiéndose en un destacado activista junto a jóvenes que luego trascendieron en la vida política, social y educativa de la provincia.
Siendo joven, incursionó en la arena política y fue uno de los fundadores del partido Democracia Cristiana de Santiago del Estero, en la década de 1950.
Como representante de la DC ocupó el cargo de concejal del entonces Concejo Municipal de la Capital, en el período 1958 y 1960.
Más tarde se desempeñó como vicepresidente del Banco de la Provincia entre 1973  y 1976).
También Maidana fue uno de los fundadores de la Universidad Católica de Santiago del Estero (Ucse), ocupando entre 1985 y 2000 la presidencia de la Asociación Civil (Acucse); que sustenta económicamente ésta casa de altos estudios.
 
Ensayista de Santiago
 
“El Gringo” Maidana expresó como pocos su apego a la santiagueñidad; un sentimiento que desgranaba en las largas charlas del café de media mañana en el Centro de la ciudad.
Y, en los últimos 20 años, se dio el gusto de volcar esa sapiencia sobre la historia, las costumbres y el folklore de Santiago del Estero, en ensayos como: Derrotas y Esperanzas (1999. Editorial El Liberal); El Hilo de Ariadna (2007. Editorial Lucrecia); Pensar Santiago (2008. Editorial Lucrecia); Di Lullo. Un relato Fundacional. (2009. Editorial Lucrecia) y Nosotros ya estábamos (2016. Editorial Lucrecia).
Otro de sus libros fue Selección de trabajos periodísticos: Período 1973/2003, (2016) y, su última obra titulada, Perfiles, rescata a personajes de la vida social santiagueña.

Eduardo Maidana era un intelectual

Por Antonio Calabrese.

Eduardo José Maidana, evocado por el abogado y escritor Antonio Calabrese.

Una palabra que lo define, pero que es difícil de explicar.
Nace como un ataque, pretendidamente descalificador, a los defensores de Dreyfus (Zola, Anatole France, Claude Monet, etc.) o sea a los adalides, en ese caso, nada menos que de la justicia, todos ellos hombres de la cultura, de las letras, de las artes, pero culminaría, como no podía ser de otro modo, como un ícono del prestigio representado por ese minúsculo sector de la sociedad que sobresale por su pensamiento, sus estudios y su vinculación con la realidad.
Los intelectuales son tan relevantes a sus contemporáneos, que tanto los poderes religiosos como los políticos califican más alto cuando se les acercan.
Desde ese carácter, Eduardo Maidana en Santiago del Estero, estuvo presente, siendo aún muy joven, tanto en los grupos católicos como en los políticos que siempre lo reconocieron como un referente.
La verdadera dimensión de un intelectual en la sociedad podría entenderse con mayor precisión a partir de quienes integran el mundo de las ideas y en ese sentido hay coincidencias desde un extremo al otro del pensamiento.
Son los propios intelectuales quienes mejor se definen.
Teilhard de Chardin, por un lado, el sabio antropólogo y filósofo jesuita, seguramente más próximo ideológicamente a él, diferenciaba al ser humano del resto de los antropoides por siete sentidos con cuyo desarrollo llegaba al fenómeno central de la reflexión que es el poder de una conciencia de replegarse sobre sí misma advirtiendo no solo el saber si no a saber que se sabe y por eso su contacto con la realidad es imprescindible y trascendente.
Cuando esa condición se distingue a alguien sobre el común, se lo señalará como un intelectual.
Eduardo Maidana calificaba en esa dimensión.
Desde el polo opuesto, de ideas mucho más lejanas, desde el marxismo, aunque en singular sinonimia, Antonio Gramsci, en una de sus cartas fechada el 29/1/16 decía que la cultura “Es organización, es disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior consciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes”.
Maidana lo entendía muy bien y lo demostraba permanentemente en su acción, siempre gobernada por la prudencia y el equilibrio del juicio, fundamentando sus acciones y sus consejos, primero desde el periodismo que ejerció vocacionalmente, luego en sus libros, culminando, entre otras actividades, en la participación como fundador, en uno de los hechos más trascendentales en la historia santiagueña de los últimos 100 años como fue la creación de la Universidad Católica que transformó la vida y las esperanzas de un pueblo cuya expectativa de saber se encontraba en la emigración y ahora empezaba a poder estudiarse a sí mismo.
Su actuación política trascendió a la partidocracia y se recuerdan las expresiones laudatorias sobre su persona, que emitieran hombres de distintas extracciones políticas y que fueron muy importantes en la vida del Estado, cuya opinión requerían en más de una oportunidad, como los doctores Carlos Arturo Juárez y Carlos Jensen Viano, que la gobernaron en varias ocasiones y los doctores Francisco Cerro, que además de senador nacional fue maestro de numerosas generaciones de santiagueños y tucumanos en el derecho constitucional y político o Jaime Verdaguer González profesor también de Derecho, esta vez Civil y en su momento rector de la Universidad Nacional de Tucumán, entre otros personajes relevantes.
Porque como decía el mencionado Gramsci, “Todo es político, incluso la filosofía o “las filosofías” y la única filosofía es la historia en acto, o sea la vida misma.” 
Sus biógrafos, sus amigos, sus compañeros, se encargarán de retratar al hombre de la cotidianeidad, nosotros intentamos contribuir a hacerlo parcialmente recordando solo a un aspecto, al hombre del conocimiento al que la sociedad santiagueña le rendirá honores con su recuerdo como ejemplo.

lunes, 3 de enero de 2022

Ser porteño

Por Antonio Calabrese 

Siempre piensa que no podría sentirse parte de ningún otro lugar que no fuera Buenos Aires.
Tal vez será por haber nacido aquí, o porque cuando escucha a Gardel parece llevarlo como una escarapela, o porque la sonrisa de Perón cuando dice definiéndolo, con inteligente picardía, que no son buenos sino que los otros son peores, o cuando la gambeta de Maradona, que venía de Fiorito, dribleando ingleses, lo desquita un poco de tantas cosas, o porque cuando escucha a Piazzola, hasta puede lagrimear.
Es que la emoción y la sensibilidad, dibujan firuletes, como los bailarines de una milonga.
No es difícil oír, en la locura agitada de una urbe que se renueva todos los días, la melodía de fondo de un tango que la identifica.
Me parece que no es un sentimiento individual o personal, es colectivo, está más allá de uno mismo, se encuentra en los versos de Borges, las descripciones de Mujica o las novelas de Marechal, en los cuentos de Cortázar o Roberto Arlt.
Se percibe en todos ellos y en muchos más, en el bandoneón de Rubén Juárez o el de Troilo, en las voces aguardentosas de Rivero o Goyeneche, en el final reñido de algún “Nacional” en el hipódromo de Palermo que los deja roncos por gritar hasta que cruzan el disco.
Yo creo que es un espíritu que sobrevuela en las calles de cualquier barrio o en sus parques y plazas, enroscándose en los árboles, renaciendo con fuerza en las flores cada primavera.
Siente que son propios los teatros de la calle Corrientes, aunque no tenga dinero para pagar la entrada y ver sus espectáculos, también las pizzerías de la Boca pese a conformarme con los fideos que cocina la vieja, que son lo único que hay y cree que las arboledas de Belgrano forman un túnel que lo recibe triunfal camino de regreso a casa todas las noches.
Cuando uno va en el tren rumbo al trabajo o trepa al pescante de un colectivo, se hunde en las entrañas del subte, cruza las avenidas en el parpadeo de un semáforo, junto a la muchedumbre, en las máximas horas de actividad, es como la sangre que corre por las venas para dar vida a un ser inmenso, a un Goliat, que es la imagen de todos sus habitantes.
En las colas de las paradas del transporte público, en la de los bancos el día que pagan los sueldos o jubilaciones, en la puerta de los estadios cuando juega el clásico el equipo que los apasiona o en la tensa espera de las guardias de los hospitales, los porteños son todos iguales, ricos o pobres, por eso a los que gozan de algún privilegio, a los VIP, no los consideran propios. Son como turistas, ajenos, extraños, de otra parte.
No hay odio ni rencor, tal vez, desdén o desprecio o en algún caso envidia.
La vida sigue y pasa su zaranda dejando a alguno en el camino, cualquiera sea su condición, privilegiado o no, mientras la ciudad renueva y gasta sus energías, cada día en rutinas desparejas. 

Siempre en estado de superación

Pertenecer es saberse parte de todo eso que forma una colorida figura como la que el genio de un artista vuelca en la tela.
Las privaciones de una ciudad incompleta, siempre en estado de superación que a su vez, comparativamente, se distingue en el mundo, son como un espiral eterno de vanas ilusiones, de esperanzas sin concretar, de sueños que se pueden transformar en paraísos o en pesadillas.
Buenos Aires es generosa en los escasos triunfos que permite y en las malas horas, es como llevar un cilicio difícil de aguantar.
Sin embargo, aunque con el sello común, las individualidades sobresalen, aprovechando el talento natural o el mérito adquirido, se lucen, hay muchas estrellas y todos se sienten parte de ellas, ganando o perdiendo, como cuando Firpo sacó del ring a Dempsey o Ringo volteó a Casius Clay o Gatica provocaba a su adversario descubriéndose el rostro, bajando la guardia, seguro de su resistencia, hasta que el campeón de un solo trompazo lo noqueó.
La Sabiduría de Houssay, de Leloir o de Milstein demuestran hasta donde pueden llegar.
Así son, se dan el lujo de elegir un Papa en un mal momento de la Iglesia y tienen hasta dos premios nobel de la paz a pesar de que es la capital de un país que vive en la discordia.
Conquistadores contra originarios; criollos contra españoles; unitarios contra federales; conservadores contra radicales; peronistas contra todos. Con mucha sangre de por medio. No tuvo paz en los últimos 400 años.
Sin embargo allí están, estoicos y orgullosos, dispuestos a vender cara su identidad, la que se hereda, dado que es una construcción de la historia, pero que se debe ratificar o agigantar a cada momento, en cada encrucijada, de lo contrario desaparece.
Esa marca que nació en los que llegaron con Pedro de Mendoza, el granadino, que murieron a manos de los querandíes, cuyos sucesores tiempo después son los mismos que echaron a los ingleses con Liniers a la cabeza, que era francés, que crearon ejércitos con la leva, con hombres de todas las layas, creencias y orígenes, para luchar por la independencia y después contra los malones, que descubrieron sus tradiciones gloriosas con la pluma de Mitre que descendía de italianos, que conoció el martirio con Dorrego que era judío, que integró un país con Roca que era tucumano, que supo ganar finales por el hocico, de atropellada, con Irineo en la montura, que era oriental, con Peucelle que era de Barracas pero inventó “La Máquina” para ganar partidos por goleada.
Porque el que elige vivir aquí se integra, es parte de todo, se diferencia, se hace distinto.
Las épocas van pasando y de las carretas llegaron al subterráneo, de los burdeles a los pubs, de los almacenes a los supermercados, de los cuchilleros a los barra brava, de los arrabales a las villas, pero ahí están con sus defectos y virtudes, capaces de ganar el primer premio de cualquier cosa y después destruirlo u olvidarlo totalmente.
Pueden ser los mejores pero al mismo tiempo los peores, según les venga en ganas.
Como todo sentimiento es difícil definirlo, solo basta dejarlo estar, ser.
En su mochila llevan un pasado glorioso, un presente doloroso y un futuro incierto, además del bastón de Mariscal.

Casi el 60% de los porteños vive estresado por el ritmo acelerado que mantiene, pero igual conserva sus particularidades que lo distinguen en cualquier parte: ama el fútbol, nunca tiene tiempo, siempre te da una mano, es arrogante, es apasionado, sabe todo de todo, es verborrágico, ama los bares y ama discutir.