martes, 17 de diciembre de 2019

Chau Elsa...

Por Miguel Brevetta Rodríguez.
Elsa Castillo Carrillo de Giménez.
Seguro que me están sobrando las palabras para decirte adiós, pero no me resulta fácil, simplificar el tiempo compartido durante tanta vida.
Pasaron sin querer cincuenta años, de andar y desandar nuestros caminos y en el medio aprendimos, entre tantas otras cosas, lo gratificante y sencillo que confiere el valor de la amistad, la grandeza del lazo familiar y el honrar el sentimiento, que la generosidad del Señor, nos mandó a ejercitar.
Qué triste es admitir que sin darnos cuenta, fuimos creciendo juntos y el destino nos fue repartiendo a veces, pesares y alegrías, olvidos y tristezas y un sinfín de entusiastas fantasías que nunca dejaron de asombrarnos¡ Fueron más las victorias, que las luchas perdidas, que al fin y al cabo se transformó en haber, a la hora del balance.
Tu vocación por el estudio se plasmó en la enseñanza y fuiste portadora de la fuente, en donde abrevaron un sinfín de generaciones, que desde tu cátedra entendieron el alfa y el omega, la encubierta la raíz del verbo y el arcano que emerge del latín.
Muchos van a extrañar el oui o el mon amour de tu dicción perfecta, la gala tu excelsa simpatía y ese aire perfumado de París… aromando el paisaje de Santiago.
Esa elegancia innata que adornó tu franca bizarría, acumuló cadencias tras tus pasos y creció nostalgioso  ese glamour pausado, que engalanó el nivel de tu presencia.
Quizá nunca advertiste los nobles sentimientos que dejaste arraigados en el corazón de tus alumnos, ese reconocimiento pleno, trasmitido por décadas, el mismo que seguirá resonando, tras cada evocación de quienes te conocieron.
Vivir es recordar, que duelen las ausencias, aunque quede el consuelo de esta amistad profunda, bordeando el medio siglo que no ha pasado en vano. Los años se nos fueron depreciando tras el alto compromiso de existir.
Ya no estás, no te veremos más, pero intuyo, que fuiste jubilosa a la casa del Padre a ofrendar tu humildad al pasar por el mundo.  Agradezco tu ahínco por advertirme siempre enmendar mis errores, desde la prédica del deber y la enseñanza y en el nombre de todos, quienes fuimos tus alumnos, te damos las gracias por tanto… sin dejar de llorar por tu partida.
Requiescat in pace.

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