viernes, 4 de septiembre de 2009

La política y el campo



Por Marta Velarde, diputada nacional por Santiago del Estero, publicado por el diario La Nación de Buenos Aires.

Hay momentos en la historia en que se generan procesos que las dirigencias no perciben, y por eso cometen errores graves. El llamado conflicto con el campo es el resultado de ignorar las enormes transformaciones científicas, tecnológicas, económicas y sociales del agro y de las economías regionales, que es el interior del país.

La Argentina ha vuelto a tener, desde hace seis años, una oportunidad en los mercados para colocar su producción agroindustrial a precios razonables. El desarrollo de los grandes países asiáticos, como China y la India, ha llevado a centenares de millones de personas a superar el hambre, a comer todos los días.

Nuestro país tiene todas las condiciones para ser un gran proveedor de alimentos y un deber moral para colaborar con el fin del hambre en el mundo. Eso nos dará no sólo satisfacciones, en cuanto al cumplimiento de ese deber, sino también la posibilidad de lograr una etapa prolongada de crecimiento.

Los errores del Gobierno provocan, sin embargo, que tengamos hambre en nuestro propio territorio por primera vez en la historia.

Cuando estábamos alcanzando los cien millones de toneladas de producción agrícola, manteniendo los planteles ganaderos a pesar de la superficie menor destinada a la industria más antigua del país, en vez de promover políticas para lograr en pocos años 150 millones de toneladas, expandir los rodeos vacunos, generar valor agregado industrializando granos, oleaginosas, carnes, alentar las economías regionales, ampliar las superficies irrigadas, el Gobierno prefirió castigar con saña a la producción.

En un país donde se promueven la expansión y el monopolio del juego, que tributa menos del 15% de sus ingresos al Tesoro nacional, los cereales y oleaginosas soportan retenciones que oscilan entre el 20 y el 35% de sus ventas.

Nunca entendió el Gobierno y su ineficiente burocracia que la expansión de estos años fue el fruto del trabajo y la incorporación masiva de ciencia y tecnología por parte de los productores, mientras las actividades que siempre vivieron de la prebenda y el subsidio cerraban sus negocios para dedicarse a la importación o vendían sus establecimientos.

El campo es la locomotora de un proceso de desarrollo sustentable que requiere gobiernos normales que respeten las instituciones, den seguridad jurídica y personal, y promuevan políticas que aseguren la competitividad y la modernización de la economía, recuperen el sector energético y un sistema de transporte eficiente y barato, que termine con el castigo para los productores que significa producir a más de seiscientos kilómetros de los grandes mercados internos y de los puertos.

La necesaria industrialización del país vendrá de la prosperidad del sector, que es demandante de una industria de herramientas y maquinaria de capitales nacionales, de fertilizantes y plaguicidas, vehículos de todo tipo y servicios complejos, que hoy dan trabajo a más de un millón de personas, más el basamento de la industria alimentaria que avance, incluso, a la comercialización de nuestros productos hasta las góndolas de los mercados externos.

La política para respetar la rentabilidad del campo consolida a una clase media rural emergente, verdadera "burguesía nacional", recuperando al interior, manteniendo a la población en sus ciudades y pueblos tradicionales.

Debemos resolver los problemas del conurbano, pero también evitar nuevos "conurbanos", con sus cordones de miseria y marginalidad. Un gran desafío para terminar con la pobreza, que ahora es estructural.

La Argentina tuvo los recursos para producir más, si tenemos en cuenta que en dos años se han ido casi 50.000 millones de dólares, y que solamente en subsidios a sectores prebendarios y a las tarifas de servicios para los grupos de mayores ingresos se han gastado más de 68.000 millones.

Cuando se piensa en el día a día, cuando no se tienen ideas, cuando no se sabe ni se conoce el país productivo. Cuando se ignoran el mundo y sus reglas, y no se respetan las propias, se obtienen malos resultados. Si el único objetivo son los intereses personales del que gobierna y la acumulación del poder por el poder mismo, y se desprecia la producción y el trabajo, los resultados serán propios de la pequeñez de los que gobiernan.

Porque como decía Ortega y Gasset: "A la República sólo ha de salvarla pensar en grande, sacudirse de lo pequeño y proyectar hacia el porvenir".

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