domingo, 23 de septiembre de 2012

Ariel, uno de los nuestros

Por Eduardo José Maidana.
Antes por estas tierras el paisano decía: “Sí, no es de aquí, pero ha quedao pa´ nosotros”. El aludido se había avecinado según el municipio indiano en el que los pergaminos de allá, eran revalidados aquí - o no lo eran- conforme a puntuales exigencias citadinas. Tanto que sin esa reválida podían permanecer como “vecinos estantes”, que carecían del “derecho de ciudad”.
La expresión espontánea: “Doctor, usted había sido de los nuestros” y la unánime carcajada aprobatoria de la rueda en el café, fue de Oscar “Cachín” Díaz., y no han rodado de esto muchas lunas. Al doctor Ariel Álvarez Valdés se le dibujó el halago en la sonrisa jovial. Del 24 de setiembre de 1956, fecha de su arribo siguiendo el perfumado rumbo de una prenda, su recorrido acredita valiosos gestos de ponderables entregas. No fue un “vecino estante” que según el código hispano-indiano no podía adquirir propiedad ni encomiendas ni integrar la milicia, porque el vecino o militaba defendiendo la ciudad, o no era vecino.
Nació rosarino y nunca lo olvidó. Por esas cosas del destino vivió y estudió en Buenos Aires, pero su muy antigua estirpe riojana le siguió el rastro con fidelidad perruna. Sus ancestros figuran en los registros de la colonia y se prolongaron en la parentela del Cacho Peñaloza. Y a fuer de riojano repetía descalificando: “Más malo que Sander”, testimonio pueblero de la crueldad porteña que se ensañó con La Rioja por mano de “los coroneles uruguayos de Mitre”.

Noble y señorial

En la esquina de su arcana nostalgia y mi santiagueña provincianía, nos encontramos para crecer entropados, juntos, pero no revueltos, según los modos del mutuo respeto. Cuando en los 60 tuvo su cenit e inicio su ocaso el revisionismo; digo, sin esas dos etapas ¿habríamos vendimiado con registros diversos entre consensos y disensos en la historia ya como ciencia que se esforzaba por asir la estrella fugaz de la objetividad? El acervo de su sólida cultura humanista nos atraía convidando ideas y lecturas, charlas, y el chispeo vivaz de contrapuntos.
La “carta de vecindad” otorgaba el Cabildo como título nobiliario; y nobles llamaban a los vecinos en varios sitios de América, a quien acreditaba residencia, defendía la ciudad amurallada, de buen concepto social y fuere jefe de hogar. El “Don” viene de “dominio”. Luego no cedo favores si digo que este amigo en cuanto a santiagueño por elección, fue de noble y atildado señorío. Doy fe que se sumó al exitoso intento de la Facultad de Ingeniería Forestal, sin saber que velaba las armas de su futuro.
En junio de 1960 coadyuvó a destajo para la creación del Instituto Universitario San José. Idea matriz de Francisco Cerro, Julio C. Castiglione y Luis A. Lucena, creo que en ese orden de contagio, según recordaba el Hno. Hermas, que le adjudicaba a Ariel el incansable trabajo de un partero: se le debe no haber esperado un año largo. Medio siglo de iniciativas, apoyos y adhesiones aportó a la cultura de este vecindario. De un modo principal desde la Universidad Católica de la que fue co- fundador, profesor, decano y rector; y desde el periodismo en El Liberal y, con responsabilidad ejecutiva en tanto primer director de Canal 7, luego como presidente de TIC. En la Academia Santiagueña de Ciencias y Artes trasegó sus últimas contribuciones.
Su gestión en el rectorado de la Universidad Nacional (1976/1983) coincide con su afianzamiento. Su actual estructura edilicia documenta su preocupación y empeño, así como está su huella en el ritmo y alcances de la de expansión de sus servicios. Con su muerte igual que con todas ocurre que citan al sentido que cada cual dio a su vida. Sin duda fue su profunda fe religiosa y su sentimiento patrio, según supo y pudo ajustar la deriva de su humana condición. Saber y servir, podría ser buena síntesis para su afán de lectura, estudio y docencia; así nomás, seca y breve. Tal para cual con su dueño.
Sueltas, en el aire que el silencio del misterio deja en suspenso, cuelgan voces escasas, acotaciones marginales que apuntan con el comedimiento del pesar, y se van: “Era pulcro” (también cuando escribía); “ prolijo y claro” (del mismo modo pensaba); “ameno en la conversación” (y en el relato); “se lo veía de mucha lectura” (por eso sus ideas y análisis); “lo recuerdo respetuoso y medido”(lo deja documentado); “tenía un buen sentido del humor” (no lo dicen sus libros).
Pero ningún de esos apuntes espontáneos, dolidos, lo aludió como investigador y escritor. A su obra sobre impuestos en general fruto de la ciencia que profesaba, siguió una primicia local: su abordaje del diezmo como institución civil-religiosa y, de indudable enjundia una Historia Israel tan insólita aquí como un armiño. De los años recientes provienen los dos libros que recogieron la historia de la Ucse, obra de la Iglesia local a la que pertenecía, y con la que discrepó. De la poesía que nos anoticia Miguel Brevetta Rodríguez, una de ellas es letra de un tango, nos dice, ignoro sus logros, en vez sí conozco su familiar visita a los clásicos españoles.

Cumpleaños de su llegada a Santiago

El doctor Ariel Álvarez Valdés, recientemente fallecido, fue un hombre respetado y querido.
Hace hoy (24 de septiembre) 56 años, de sus 80 cumplidos, que arribó a estos pagos. Tan “pa nosotros” que seguirá andando en su siembra de hijos y de libros, de obras institucionales y materiales, y de encuentros y anécdotas, tan de poco hablar y de módico decir, cuidadoso de su privacidad y parco respecto a lo que no fuese la solidaridad y la amistad al viejo estilo, según el noble y vecinal municipio hidalgo-criollo.
Vino pechando sueños. Vivió de prisa, consultando el reloj, tan reverente en el saludo como recatado, “casi íntimo como una placita” pueblerina Y se quedará en la Palabra. Dicha como el Verbo que “se hizo carne y habitó entre nosotros” (San Juan) y, que, dijo días antes “va a venir a buscarme”; o como aquella investigación, esa creación o esa otra osadía conclusiva, para sumarse al diálogo familiar, a la tertulia del café o al discurrir áulico a veces vital y otras moroso, de pura rutina.
José Gobello, presidente de la Academia Nacional del Lunfardo, amigo de Álvarez Valdez y a quien trajo a la Ucse donde dictó una conferencia notable sobre la ética en los medios, abasteció su culto por el decir del tango, y él mismo, para la comisión de cultura del Jockey Club local habló sobre las historias reales inscriptas en este género. En su computadora registró, creo, más de seiscientas piezas seleccionadas.
O en la Palabra a secas “que siempre se está recreando de su propia sustancia”, dice Ivonne Bordelois, amiga en su porteña juventud, palabra que invocada por sus libros o traída por la memoria volverá a juntarnos en un mundo compartido; y quienes no lo conocieron se hallarán con su voz y adivinarán los pliegues de su mismidad. Nadie se va del todo si bien ha sembrado, querido vecino.

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