jueves, 27 de agosto de 2009

Un récord lamentable


Por Eduardo José Maidana

“Qué somos, por qué nos va así, qué salida tenemos”, Osvaldo Soriano.

¿Cuántos presidentes argentinos terminaron su mandato? De 1930 en adelante: Justo, Perón en su primer gobierno, Raúl Alfonsín chamuscado porque el peronismo se encargó de que lo entregara seis meses antes y Carlos Menen en sus dos períodos. A este récord y al cabo de ochenta años, se le suman los presidentes por horas y a lo sumo días de duración en el poder, y un tercer registro no menos triste: la cantidad de presidentes que fueron, y aún siguen, enjuiciados y que estuvieron presos. Ninguno fue asesinado.

Esto último solemos enrostrarle a Estados Unidos que no tuvo nunca un golpe de Estado, pero que acredita, se cree, cuatro magnicidios, el de Abraham Lincoln en el siglo XIX y el de John Kennedy en el siglo XX, más otros dos presidente cuyas muertes permanecen en la nebulosa de la sospecha.

En realidad la distinta, grande, enorme diferencia del ejercicio en el mismo sistema de yanquis y argentinos es de otro tipo; profundo, enorme, decisivo. Para los americanos del norte, la institución presidencial está tan arriba en el concepto político y en la consideración general, que es intocable. Debe ser intocable. Los controles y juicios al que, en cada turno inviste el cargo, es objeto de un seguimiento diario minucioso y prolijo, se le reconoce sus aciertos y no se le mezquinan las críticas, pero ambas mantienen un respetuoso estilo acomodado a la majestad de la institución presidencial.

El código no escrito manda que, de regreso al llano, su gestión y su persona, quedan afuera de cuestionamientos e investigaciones. Barak Obama acaba de quebrar ese código con respecto a Bush y el periodismo yanqui se le vino encima. Reciben una pensión importante, conservan servicios de transporte y custodias, se les sigue llamando “señor Presidente” y están disponibles para los trabajos y misiones que les requieran la Nación. Nunca podrá ocupar, de por vida, ningún cargo público. Ni deshonrar el cargo que ocuparon.

Cuando leemos de Elpidio González que de vicepresidente de Yrigoyen bajó a vender anilina puerta a puerta para comer, que éste último quemó dos estancias en el servicio político y murió tan pobre que los “valientes” que saquearon su casa, en la calle Brasil, sólo hallaron una cama de hierro, un roperito y un mesa de luz, disputamos encomios para engrandecerlos. Confieso que siempre me dije que un país que permite que quienes sirvieron desde tan altos cargos poco menos que vivan de la caridad partidaria o anónima, como don Arturo Illía, tiene, mayoritariamente, un alma tan chiquita y moralmente una miseria tal que asustan.

Creo que como dice el Eclesiastés hay un tiempo para cosa, en este caso para la crítica y la denuncia, así como hay instancias legislativas y judiciales para ello. Y mecanismos a fin de cursar, en forma, con pruebas y testimonios, las acciones pertinentes. El juicio político es uno de ellos. Y hay órganos del Estado: el Poder Legislativo y el Judicial para el control, la fiscalización y la provisión de los límites y remedios adecuados. Que estos órganos callen, otorguen y sean cómplices, los desjerarquiza como instituciones y a sus miembros como tales. Y explican nuestra caída en picada, que sigue cada día.

La acusación de traidores a la Patria a los senadores y diputados que le concedieron a Perón en su primer gobierno facultades y poderes extraordinarios, repitió igual culpa echada sobre quienes hicieron lo mismo a favor de Rosas. Precisamente la Constitución de 1853 al descalificar aquellas graves defecciones, quiso poner un escollo a nuevas ocurrencias similares. Y fue eficaz de 1853 a 1946/56.

Al minimizar las imputaciones a los congresistas que le cedieron a Perón dichas facultades, las borramos de un plumazo, mejor dicho las dejamos de adorno, seguros de que eran inservibles. Pero la gravedad del asunto, hizo que quedaran en la reforma de 1994. Una sanción, aun cuando leve en 1956, habría bastado para sentar un precedente hacia el futuro. Al no separar este tema de los errores (persecuciones) de la Libertadora, fue a la bolsa común de las cláusulas declarativas.

Des-constituídos porque la Carta Magna de a poco devino en inservible de hecho; des-institucionalizados porque en los hechos por amplia mayoría Nos los representantes renuncian a sus deberes de co-gobernar, fiscalizar y controlar a los otros dos poderes; y des-judicializados porque sea por el “estado de comisión” que lleva cinco años en la provincia, y por los colegios magistrales aquí y en la Nación, de tan escasos casi nadie se atreve a la ilusión de que haya Justicia, así, creíble y con mayúscula.

Cada cual que honre al cargo y sino, que se aguante cuando el cargo deshonrado lo deshonre a él mismo y los dos rueden “por el lodo todos manoseaos” (Cambalache). Y mal, pero así es, explica el dicho: “los estamos esperando para denunciarlos y que vayan presos”. Con lo cual, la institución-Presidente, clave de bóveda del sistema republicano, se desvaloriza tanto que Moyano cree que de acompañante de camionero a Presidente hay un paso, y que D´Angeli lo imite y del tractor quiera saltar al más alto sitial civil de la vida política Argentina.

Contribuye a estas ambiciones la señora Cristina que le permite gobernar a su marido: usar los bienes del Estado a su custodia en sus demandas políticas personales con sede en Olivos, helicópteros, aviones, autos, custodios, ministerios y demás, en franco y público presunto delito de malversación culpable, y que las Instituciones abolladas, dañadas e inútiles por ello, sin que los gobiernos provinciales, el Congreso y las Legislatura, y el Poder Judicial, dejen de hibernar en un silencio sepulcral.

“Es la falta de valores y la pérdida del orgullo nacional lo que nos lleva a la descomposición de las formas políticas y a la decadencia económica”, sentencia Abel Posse (La Nación, 24.08.09), a quien me permito enmendar: hace casi cien años que caemos. Y todavía podemos caer más. A un país aislado, con el 40% de pobreza y casi el 20% de indigencia, más el consumo de alcohol y de juego, asiento cuantioso -y no etapa de paso- de la droga, con indicadores sintomáticos de estar sub-gobernados y des-administrados, aislados, solos, hemos dejado de ser un punto de referencia en el mundo.

Los Kirchner a la cabeza de nuestra dirigencia parecen ignorar que “Los pueblos no tienen destino en el mundo hasta el momento en que ingresan por el umbral de la historia. La historia es existencia. Lo demás es sobrevivencia insignificante, mera duración”, de E. Cioran, filósofo rumano, citado por Abel Posse. Un país que prioriza la estatización del fútbol y se enzarza en “operaciones” contra la prensa, que tergiversa la información estadística y caprichosamente interpreta la historia y el presente, no es de primera para ningún otro país en serio.

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