miércoles, 13 de febrero de 2013

La no república peronista cristinista

Por Carlos La Rosa, en Los Andes, de Mendoza.
Hay peronistas que dicen que el kirchnerismo no es peronista. Pero ser hoy peronista es no ser nada. O ser todo. Cualquiera que lo desee puede ser peronista sin cambiar ninguna de las ideas que tenía antes de serlo, tanto que incluso quienes no son peronistas también lo son, aun sin saberlo ni quererlo.
Mientras vivía Perón ser peronista era simplemente seguir a Perón y si los que lo seguían se mataban ideológicamente (y hasta físicamente) entre ellos, aun así los unía su supuesta fidelidad al único conductor. Pero muerto Perón, quien siguió siendo o se hizo peronista y se bancó ser “herminio-iglesista” en 1983, “socialdemócrata-renovador” en 1987, “neoliberal-menemista” en los años 90, “conservador-duhaldista” en 2002 y “neopopulista-setentista” a partir de 2003, es un extraterrestre capaz de conciliar o sintetizar lo que ninguna mente humana permite o es un oportunista que acepta cualquier cosa con tal de seguir siendo peronista. Como Menem, que fue el primer isabelista, el primer renovador, el primer menemista y ahora, aunque no fue el primero, se terminó haciendo también kirchnerista.
El kirchnerismo, cuya primera verdad doctrinaria es la de ser anti-menemista, acepta que Menen vaya en las listas K.
El kirchnerismo, o sea la etapa contemporánea de ese oxímoron que es el peronismo (oxímoron en latín quiere decir “contradictio in terminis” y en castellano “usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión que genera un tercer concepto”) también tiene vertientes internas contradictorias, de las que aquí citaremos cuatro, pero seguramente hay cien más.
La más excéntrica variante del kirchnerismo es la que divide a nestoristas de cristinistas. Su máximo defensor es Alberto Fernández, quien sostiene que Cristina está haciendo lo contrario de lo que hacía Néstor. Pero eso lo dice porque Néstor no puede responderle, ya que si renaciera apoyaría a Cristina, le criticaría alguna pavada, pero en lo esencial la aplaudiría. Al fin y al cabo los principales enemigos de Cristina (Scioli, Moyano, Clarín, el campo, la clase media), se los inventó Néstor. Entre los viudos de Néstor y su propia viuda, Néstor siempre elegiría a su viuda.

Otros dos sectores

“El estilo” político de los que influencian a la presidente Cristina Fernández de Kirchner.
Otra vertiente es la “kirchnerista republicana”. La que defiende el honesto, inteligente, serio y K por convicción Mario Wainfeld (periodista de Página 12) quien reprocha a la Afip de Echegaray que aplique con absoluta torpeza una para él buena medida como es la limitación de comprar dólares. Él se enoja que los dólares se den o se nieguen arbitrariamente porque “el Estado republicano fija sus reglas por escrito”. Pero Wainfeld se equivoca porque en medidas como ésas la falta de normas no es un error de aplicación sino su única aplicación posible. Aún así, lo rescatable de Wainfeld es que él cree que el kirchnerismo no es contradictorio con las instituciones republicanas sino su ampliación. Una república más plena y democrática que la que teníamos antes del kirchnerismo.
Otro sector, el más ideologizado, no quiere mejorar la república constitucional sino cambiarla por otra. Allí militan Ernesto Laclau, Axel Kicillof y Horacio Verbitsky. Aun en contra ideológicamente de ellos, la escritora Beatriz Sarlo les dice que “si ella fuera kirchnerista estaría pensando en un cambio de sistema político”. Con lo que les sugiere que dentro del sistema constitucional que hoy tenemos,  lo que pretende este kirchnerismo ideologizado llevará a contradicciones insolubles. Por eso si el kirchnerismo quiere hacer su revolución que intente hacerla en vez de meramente decirla y de despotricar contra los que no la comparten.
Finalmente está la vertiente que expresa Guillermo Moreno y la AFIP de Echegaray.
Ellos no están con la república constitucional ni con la república ampliada ni con la república revolucionaria. Ellos en lo que creen es en ninguna república; en cambiar las reglas de acuerdo a lo que les convenga o les venga en gana. O sea, la ley es lo que dice la persona que manda, aunque hoy diga una cosa y mañana lo contrario.
Hoy, la Presidenta está muchísimo más cerca de esta última versión que de ninguna otra.

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