martes, 6 de octubre de 2009

La burbuja donde vive Kirchner



Por Carlos Salvador La Rosa, diario Los Andes de Mendoza

Bastaría con haber recorrido las calles de la Capital Federal esta semana para entender casi todo lo que pasa por estos años en el país: algunos pocos piquetes clausurando las entradas y salidas de la gran urbe, por lo que los automovilistas sólo pueden avanzar en círculos infinitos, frente al sitio impuesto.

En el ínterin todos gritan, los piqueteros esperando la revolución, los automovilistas insultando a los piqueteros, los peatones contra el caos general. Una inmensa movilización de todos contra todos y para nada, porque nada cambia.

Hablamos de un país detenido y encerrado en sí mismo, cuyos habitantes se desahogan con alaridos de impotencia, aunque algunos suenen a revolución y otros a destitución, según el cristal ideológico con que cada político lee -desde su ombliguismo- lo que es pura bronca. Hoy la Argentina es un país donde todos se mueven pero sin avanzar hacia ninguna parte.

Algunos analistas sostienen que -mal o bien- el único que hoy hace política es Néstor Kirchner, confundiendo política con ese arte vulgar de sacar delirios como conejos de un sombrero mágico que durante casi dos años ha repetido, una y otra vez, los mismos trucos. Trucos que resultan efectivos no por su talento, sino porque ellos expresan el grado máximo de la forma actual de hacer política en el país.

En términos de eficacia política, Kirchner no es el mejor político sino el peor, el más aislado, el que menos conciencia tiene de lo que ocurre en la realidad. Mientras que los restantes de su clase viven aterrorizados frente a la inconsciente audacia del ex presidente y frente a una realidad que intuyen desastrosa pero que ninguno de ellos sabe cómo conducir o cambiar.

Kirchner no es el mejor político sino el que mejor expresa la peor política, el más delirante. El más decidido en negar la realidad, el más empecinado en alejarse de ella desde una burbuja.

El supuesto mago se apoya en un Congreso que expresa la correlación de fuerzas políticas de 2007 para desde allí tratar de condicionar lo más posible a los que asumirán en diciembre. Se trata del mismo Congreso que el año pasado (luego de recuperar por un leve instante su dignidad con su negativa a avalar la resolución 125) le regaló a Kirchner la plata de los jubilados para que la gastara a su divina voluntad.

Así como el Poder Legislativo obedece a pie juntillas las extravagancias del falso mago, el Ejecutivo no le va en saga y por eso, luego de autorizar un subsidio de 600 millones (más gastos) para estatizar la televisación del fútbol, ahora impone brutales aumentos de servicios públicos (que debió haber implementado escalonadamente en los años de crecimiento).

De ese modo, los argentinos de a pie ya no serán subsidiados para que prendan la luz o enciendan el gas, porque hoy los subsidios se necesitan -dicen- para que los pobres puedan volar en avión o ver fútbol gratis por tevé. Supuestas conquistas, aplaudidas por el llamado progresismo, que siempre le aporta el votito o el apoyo que al oficialismo le falta.

En la burbuja K la indigencia casi no existe y la pobreza apenas llega al 13%. La casita encantada productora de tales milagros se llama Indec, el lugar desde el cual la inflación desapareció en la Argentina justo cuando los precios aumentaron casi un 60% en poco más de dos años.

En este país donde todos nos movemos para no marchar hacia ninguna parte, la etapa final encuentra al régimen K con casi todos los índices económicos y sociales iguales o peores a los que recibió Kirchner cuando asumió la Presidencia en 2003, pese a un lustro de crecimiento a tasas chinas. Sólo el desempleo es menor, pero con empleos cada vez más precarizados.

Pero a no confundirnos, el mayor problema del gobierno argentino actual no es la suma de tantos dislates a contramano de la realidad, del sentido común, del pueblo y del resto del mundo. No, lo peor es la oportunidad perdida, porque las chifladuras las sufriremos en el corto plazo pero luego pasarán o se subsanarán con cualquier otro gobierno apenas racional, pero la posibilidad de pegar el salto cualitativo que pegó Brasil difícilmente se repetirá.

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