Por Rogelio Alaniz, del diario El Litoral, de Santa Fe
Se dice que el inconveniente más visible de un régimen populista es la falta de dinero. Los entendidos en el tema consideran que el populismo sólo puede ser eficaz cuando dispone, además de la famosa “caja”, de una masa de recursos económicos que le permitan asegurar la “felicidad del pueblo”, una estrategia que en términos prácticos no se puede prolongar por mucho tiempo, pero que da muy buenos resultados a mediano y largo plazo.
Sin ir más lejos, el peronismo hace sesenta años que está en danza gracias a la cadena de felicidad montada por Perón en su momento, cadena de felicidad que, por supuesto, estuvo acompañada de otras iniciativas y de las inevitables vicisitudes de todos los procesos históricos, pero queda claro que sin ese origen “Papá Noel” el peronismo no hubiera sido posible.
Los Kirchner reúnen todos los atributos de las gestiones populistas, incluidos sus vicios. Los pasillos del Banco Central no están cubiertos de lingotes de oro como en los tiempos de Perón, pero disponen de una “caja” que les permite someter y disciplinar a gobernadores, intendentes y legisladores. El poder de los Kirchner se asienta en la “caja”, pero no es el único instrumento de gobernabilidad. Una concepción política fundada en el disenso permanente y el ejercicio del poder liberado de todas las mediaciones posibles constituyen herramientas decisivas de la hegemonía kirchnerista.
La reciente aprobación de leyes consideradas claves para la gobernabilidad oficialista en el Congreso, confirma la eficacia de los Kirchner en estos temas. La procesión del correntino Colombi a la Casa Rosada para humillarse ante el soberano, es otro de los datos sobre la eficacia para vigilar y castigar. El caso de Corrientes en ese sentido es representativo de los alcances y los límites del kirchnerismo. Colombi ganó las elecciones en su provincia presentándose como opositor a los Kirchner; sin embargo, antes de asumir el poder marchó a Buenos Aires para ponerse de rodillas.
Esta contradicción entre un gobernador que gana las elecciones como opositor y luego está obligado a declararse oficialista pone en evidencia que el kirchnerismo dispone de poder político pero carece de poder social. Dicho de una manera más lineal: los Kirchner tienen plata, pero no tienen votos, lo cual constituye una seria debilidad para cualquier gobernante y una tragedia para un político populista.
Los humores de la sociedad a veces son previsibles, a veces no. Lo que la experiencia enseña es que en términos electorales los votantes pueden encandilarse con un dirigente, pero cuando le retiraron el apoyo es muy difícil, por no decir imposible, que regresen al viejo amor. No en vano Maquiavelo comparó el amor de la multitud con los amores de una cortesana. De todos modos, es posible que por una combinación de razones causales y casuales, un político sin votos gane popularidad; lo que es difícil, por no decir imposible, es la posibilidad inversa. Para bien o para mal, la popularidad tiene un toque exitista, tal vez frívolo, pero inevitable. Los libros escritos por políticos retirados quejándose de la ingratitud del pueblo, podrían llegar a colmar una biblioteca.
Los Kirchner en el 2010 como Menem en el 2000 han perdido ascendiente social. Un ochenta por ciento de la sociedad no quiere saber nada con ellos. Los atributos del poder, la disponibilidad de recursos económicos e institucionales, una vocación política feroz para defender el poder con uñas y dientes, explican en parte su vigencia, pero está claro que para un imaginario político que supone la adhesión de grandes mayorías sociales, este escenario de rechazo e indiferencia es calamitoso.
Por su parte, el ochenta por ciento de los argentinos está esperando al dirigente, al partido o a la coalición política que sea capaz de representarlos. No es tarea fácil. En política uno más uno no siempre es dos y el futuro nunca está escrito de antemano. Los Kirchner en algún momento se van a ir, pero los problemas de la Argentina no necesariamente se van a ir con ellos. Es más, es probable que se agraven, porque mal que bien los Kichner han montado un sistema de controles y equilibrios que se derrumbará cuando ellos se vayan.
No pretendo ser alarmista, pero tampoco irresponsable. Alguna experiencia he adquirido en la vida como para percibir, casi como un escalofrío en la piel, que ningún sistema se puede mantener con una clase dirigente y una sociedad que parecieran trabajar todos los días en su contra.
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