sábado, 30 de abril de 2011

Un hombre santo

Por Cayetano González, de Diario de León, de España.
El 21 de enero de 1998, Karol Jósef Wojty llegaba a Cuba, y Fidel ponderaba la puntualidad de su arribo.
Este próximo domingo 1 de mayo, en la plaza de San Pedro en Roma, Karol Jósef Wojtyla (Juan Pablo II) será proclamado beato por Benedicto XVI. De esta forma, la Iglesia reconoce la fama de santidad de quien ocupó la silla de Pedro durante casi veintiocho años. Según las normas del Derecho Canónico, la beatificación es el paso previo a la canonización, que es cuando una persona es declarada santa y, dicho en términos populares, sube a los altares.
Juan Pablo II dejó una huella muy profunda tanto en personas creyentes como en quienes no lo son. Todavía resuenan en muchos corazones sus primeras palabras pronunciadas desde el balcón de la fachada principal del Vaticano recién elegido Papa en el atardecer romano del 16 de octubre de 1978: “No tengáis miedo. Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo” dijo en esa emotiva ocasión. Desde entonces, y hasta el día de su fallecimiento, el 2 de abril de 2005, fue una persona que gastó día a día su vida en la misión pastoral que tenía encomendada: nada más y nada menos que ser el representante de Cristo en este mundo nuestro.
Su vida estuvo marcada por el sufrimiento. Desde su infancia y juventud -perdió a su madre cuando tenía nueve años y a su padre cuando había cumplido los veintiuno- pasando por la lucha contra el comunismo y la consiguiente falta de libertad personal y religiosa en su Polonia natal, hasta el atentado que sufrió el 13 de mayo de 1981 en la propia Plaza de San Pedro de la mano del turco Alí Agca. Además, en sus últimos años de vida, diferentes enfermedades le fueron limitando mucho físicamente, lo cual no fue óbice para que hasta el último momento estuviera al pié del cañón. Resulta muy emocionante recordar todavía hoy su imagen, pocos días antes de fallecer, agarrado a una cruz en su capilla privada, siguiendo desde ese lugar el tradicional Vía Crucis que se celebra el Viernes Santo en el Coliseo de Roma.
Muchas personas le deben a Juan Pablo II su robustecimiento en la fe. Y entre ellos, muchos jóvenes que descubrieron en el ejemplo y la coherencia de vida de este Papa un motivo para creer. Juan Pablo II estuvo siempre muy cerca de ellos y a él se debe la puesta en marcha, en 1985, de una iniciativa como la Jornada Mundial de la Juventud, que este año celebrará en agosto su reunión en Madrid con la presencia de su sucesor, Benedicto XVI.
En estos días ha caído en mis manos una publicación sobre Juan Pablo II del que con grandes caracteres se dice en su contraportada que era “un gran hombre, un hombre santo”. No puede ser más acertada esta definición de quien sin duda fue una de esas personas excepcionales que Dios suscita de vez en cuando en la historia de la humanidad para que esta sea un poco más consciente de su origen y de su destino.

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