miércoles, 8 de junio de 2011

Si vale todo, nada vale

Por  Sergio Sinay.

¿Por qué la verdad es un valor? Porque a nadie le gusta que lo engañen. ¿Y la honestidad? Porque a nadie le gusta que lo estafen. ¿Y la sinceridad? Porque nadie quiere que le mientan. ¿Y la aceptación? Porque nadie desea ser rechazado. ¿Y la vida? Porque nadie quiere que lo maten. Los valores que aceptamos como tales nos permiten, en la medida en que los honramos, vivir y convivir en un contexto en el que cada quien puede desarrollar sus potencialidades y descubrir el sentido de su vida. Los valores no son caprichos ni existen per se. Los elegimos, los acordamos y son el sustento de la moral. Como decía Kant, si todos mintiéramos no habría verdad, si todos estafáramos no habría honestidad, si todos robáramos no habría propiedad, si todos matáramos no habría vida.
Respetar los valores acordados equivale a vivir moralmente. Cuando no es así, cuando nada vale, entramos en el vale todo. Ahí estamos. Un psicópata parricida se convierte en referente “ético” y es recibido y honrado por gobernantes para quienes todo vale (vean las fotos de K con Sch, están frescas). Una organización de derechos humanos se convierte en una simple unidad de negocios y su líder en una discriminadora serial que se vanagloria de no respetar reglas ni derechos ajenos.
La justicia deviene objeto de uso para el poderoso de turno y la “militancia” política en una carrera gerencial para ocupar cargos obscenamente bien remunerados en empresas que se toman poco menos que por asalto. Antes que eso, el vale todo está en las calles (semáforos, límites de velocidad, etc. se violan deportivamente), en el ventajeo cotidiano de tantos ciudadanos de a pie, en la confusión permanente de deseos con derechos (si lo quiero es mío y si no me lo dan me lo tomo por la prepotencia del número). ¿Qué estamos dispuestos a respetar, con qué valores nos comprometemos a vivir? ¿A qué le vamos a decir que no? Se viene una temporada de elecciones. Buen pretexto para buscar respuestas concretas a estas preguntas. Mientras esperamos las urnas para responder allí, también podemos empezar a hacerlo en cada acto de la vida cotidiana. Que algo valga.

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