martes, 20 de octubre de 2009

¿Subsistirá la democracia?



Por Eduardo José Maidana

Con esta misma pregunta vengo comentando nuestra realidad desde que, tres décadas atrás, poco más o menos, reventó la incertidumbre. Giovanni Sartori (Italia) y Carlos Strasera (argentino), entre varios otros cientistas políticos, alzaron la perdiz de una incertidumbre. Aquello de la “democracia autofágica”, ganó vuelo.

Claro que apuntaban al populismo al que hoy, de Francisco Panizza y demás autores de “El populismo como espejo de la democracia” (Fondo de Cultura Económica. 2009), en adelante, llaman también la “sombra de la democracia.” Para uno de ellos el populismo sería un invitado que borracho viene a la fiesta democrática, e incomoda molestando a los demás.

Lo que hoy se baraja es distinto, aunque, creo, se inicia en el mentado populismo como “democracia de asambleas” que se resumió así: espacio público convertido en templo del que debe echarse a los extraños, gente llevada, gran escenario, estrépito de metálicos y percutidos, eslóganes a modo de consignas, un orador, el jefe y conductor que plantea en el “nosotros” o “ellos” el dilema amigo-enemigo como absoluto divisorio. Supuesto diálogo de La Autoridad y el Pueblo. Que en la religión del populismo y la “democracia de asambleas” excluye a las instituciones y se apropiaba del sistema republicano y del Estado. (Ver Pensar Santiago, Editorial Lucrecia.2008).

A este tipo degenerado de democracia también se llamó “democracia de audiencias” por considerarse que el espacio público físico es reemplazado por el éter a través de la mas- media electrónica. Tenga paciencia y verá que hay una secuencia lógica en todo esto.
Estamos frente a un paso más, si se quiere, llamada “autocracia electoral”, que esclarece Carlos Rosa del diario Los Andes, de Mendoza, (11.10.09). El populismo peronista nace con una diarquía (gobierno de dos), más precisamente, con una monarquía, y de aquel modelo de Perón-Eva, se sucederán en el tiempo Perón-Isabel, Duhalde-Chiche, Juárez-Nina, De la Sota-Ruitor, Menen-Zulema se frustró (el hombre es árabe), Capitanich-Sandra y Kirchner-Cristina y al revés, ¿porqué no, si ya estamos en este baile y nos va bien?

De la monarquía bajó el modelo de legisladores por casal, además hereditario, (esposos, hijos y hermanos), que el populismo llevó al máximo esplendor de la vergüenza.

Es decir que la autocracia electoral viene de lejos. ¿Cuál es la novedad?: emerge reciclado. Que Ceausescu-Elena, en Rumania, a sangre y cárcel lo hayan curtido, nos sirve: el comunismo era una tiranía. Interesan el inefable Berlusconi y el no menos inimputable Chávez: derecha e izquierda. Ambos sostienen de hecho y de palabra que fueron elegidos por los votos para gobernar y conducir, por lo tanto, esa legitimidad está por encima de las instituciones, desde los congresos y parlamentos hasta los jueces, a los que sólo les cabe sumarse, obvio, “para la felicidad del pueblo.”

Estamos, luego y también, ante “la democracia electoral”, que exige que el espacio público, el ágora: una plaza real o un espacio virtual, etéreo, sea exclusivo de cada autócrata: Berlusconi, Chávez o los Kirchner. El italiano avanzó con la cómplice anuencia de senadores y diputados: una ley prohibió que Berlusconi y sus ministros sean investigados y menos sancionados en sus delitos en, desde y contra el Estado, en virtud del ejercicio de esa autocracia legitimada por los votos sacrosantos. La Suprema Corte acaba de fulminar la ley en defensa propia.

Chávez en el camino del italiano con su poderoso monopolio mediático, marcha a paso redoblado a quedarse con diarios, canales y radios. El autócrata es un Absoluto que excluye cuanto él no decide incluir por sumisión en su universo. La ley de medios nuestra y los votos delegativos de “nos los representantes” ¿no hace todo de tan parecido idéntico a lo ante dicho? Aquí confían muchos, y me excluyo conociendo la santiagueña, que la justicia argentina, también en defensa propia, desbaratará el atropello contra los medios, defendible en cuanto lo son, y pese a todo.

Los fascismos del siglo XX fueron exteriores a la democracia. El fascismo implícito en la autocracia actual separa también entre amigos y enemigos, pero desde el interior de la democracia. Perón fundó aquí la “democracia de asambleas” en la plaza de Mayo; y la “democracia de audiencias”, con la cadena de las radios expropiadas y de los diarios propios o ajenos controlados por la cuota de papel en nombre de su lucha contra oligopolios y otras formas del poder económico, que, en verdad, existían, igual que ahora, a los que reemplazó con su propio monopolio y el “pensamiento único”, el suyo. ¿Hoy, el de Kirchner?

Para lo cual, desde la “autocracia electoral” y en nombre de los votos, Perón invocó “la unidad del pueblo argentino” monocolor, sin matices, cuya consecuencia fue condenar la pluralidad como un delito y el disenso como un crimen de lesa patria. La revolución libertadora hizo exactamente lo mismo respecto al peronismo. ¿Putin no le sopla vida al stalinismo en nombre de la Gran Rusia? ¿Berlusconi no invoca a la vieja Italia del fascio, símbolo de la romanidad y Chávez al lienzo furiosamente rojo del socialismo “a la bolivariana”?

Para que congresistas nacionales, legislativos provinciales y concejo de ediles, con la necesaria complicidad de la Justicia, nunca devengan en “escribanías” a mano alzada; y pese a la miseria a cargo de transfugas u otras cosas por el estilo, las Instituciones configuren la única alternativa que se nos abre: entre la libertad digna dentro de la pluralidad de ideas o, en su desgracia, la gris uniformidad del callado acatamiento al autócrata de turno reelegible hasta el infinito para quien el Estado es suyo y lo privado también.

Se teme que irán en aumento el clima de crispación y la violencia metódica, que son presupuestos forzosos de la religión del populismo y sus variables: la “democracia de asambleas y audiencias” y la “autocracia electoral”. La izquierda variopinta con eficacia agresiva y dicen a buenos estipendios, ha despojado a la derecha del dudoso privilegio de echar de calles y plazas, disolver reuniones, intimidar, amenazar y abollar ideas (Mafalda); y abortar cualquier intento de reemplazar la mentira instalada como parte vital del sistema de poder absoluto, con un poco de verdad y racionalidad.

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