Por Juan Manuel Aragón
La crónica de Santiago empieza con los indios. Principalmente tonocotés, pero también cacanes y otros. Después llega Diego de Rojas y los aborígenes lo matan con una flecha envenenada. A Juan Núñez de Prado ya no pudieron matarlo y lo dejaron fundar la Ciudad del Barco tres veces, la tercera un poco al sur de donde ahora está. Francisco de Aguirre lo manda poner preso y traslada la ciudad hasta aquí. Se toma el trabajo de cambiar el nombre para ser acreedor al monumento, si no, no se explica, porque el Barco era más bonito.
No pasa nada durante dos siglos y pico, salvo algunas escaramuzas entre obispos deslenguados y gobernadores un poco bellacos. Hasta que llega Felipe Ibarra, que gobierna la provincia durante un tiempo largo. Lo mejor que hace es separarnos de los ñañitas tucumanos, que ya nos tenían patilludos con eso de que nosotros también éramos "del" Tucumán, como si el "del" les diera algún lustre de no sé qué. A los enemigos, como buen federal, los mandaba a matar, práctica que refinaron hasta la perfección los unitarios que vinieron después.
Y viene la parte de los Taboada. Que eran sobrinos de Felipe, una versión medio soft del tío. Se hicieron con el poder justo cuando se libraba la batalla de Caseros. Ni lerdos ni perezosos, creyendo que el ganador era don Juan Manuel, le mandaron un chasqui felicitándolo. Cuando se dieron cuenta del error, enviaron otro correo anulando el anterior. Lo que los pinta de cuerpo entero. Después estuvieron con Mitre, no vaya a ser cosa. Pero cuando llegó el general Roca ya no se pudieron acomodar más y chau, alpiste. Don Manuel Taboada, el de la zamba de “altá su espada se ve brillar”, se exilió en Tucumán, y finalmente se murió.
Al tiempo llegó Absalón Rojas, que si le decían que iba ser nombre de una calle tan fea, no se hacía gobernador. Ni ahí. Y a fines del siglo XIX vinieron como diez gobernadores en diez años, es decir uno cada 365 días, pero no de prolijos, sino por los líos que teníamos entre nosotros.
Y llega el siglo XX. Con Pío Montenegro, el ingeniero Maradona, Cáceres (el pariente de Pica) y el gaucho Castro. En el medio seguimos con interventores de todo pelaje. Y Carlos Arturo Juárez. Que comenzó su carrera en 1946, cuando lo pusieron de ministro y hoy, más de sesenta años después, de alguna manera sigue tallando las cartas del truco del presente y el futuro de la provincia. Aunque sea por interpósitas personas, cada tanto canta envido, aunque nadie le dé el "quiero". Nos quedan menos de cuarenta para completar cien años de soledad, qué le cuesta seguir sin morirse. Vamos por el Guiness.
En el medio estuvieron los radicales que a veces le hacen caso a su propia historia y otras gobiernan más o menos bien. Párrafo aparte para los militares que con breves intervenciones civiles tuvieron a bien poner algo de orden, che, cuando los santiagueños ya ni se paraban para el izamiento de la bandera. Cobraban un peaje del tres por ciento del monto de obra, parecía mucho. Resultó ser menos que el Diego, que se institucionalizó después. Y menos que el mitá y mitá que le siguió. Los milicos daban palo a diestra y siniestra, más a siniestra que a diestra.
Ahora hay una cruza de peronistas y radicales. Aleluya. Como una síntesis hegeliana, después de tantas cansadoras tesis y antítesis de largos siglos. Y Zavalía, que desde que se bajó del zaino no es ni la sombra de lo que era. Hay quienes dudan de que montado haya sido mejor que de a pie. Lo que cabalgadura non da, política non presta. Un jinete como un centauro. Noble bruto y caballo. "Por las callés florece uná juventud". Hacerse viejo era cuestión de tiempo nomás.
El gobierno radical-peronista de ahora sacó carpiendo a un intendente porque se quedaba con los vueltos y algo más. Dice que es para moralizar la función pública, pero la gente sospecha que es por la coparticipación. No se coparticipaban las ganancias.
Igual estamos mejor. Ahora tenemos autódromo en Las Termas. Una terminal con escalera mecánica y todo. Costanera con palmeras igualita a Miami beach. Un diario asegura que ahí se hará un emprendimiento inmobiliario como el de Puerto Madero, tomá pa vos. El primer mundo estará a la vuelta de la esquina, como quien dice, ahí nomás, del otro lado de la Alsina, al costado del barrio La Católica. Ahicito del basural.
El 80 por ciento de los que votan lo hacen por el oficialismo. El resto son los contreras, no hay nada que los conforme. Los contreras son como los pobres, siempre habrá alguno empecinado en desmentir las obras del gobierno, en buscarle la quinta pata al gato, en seguir cartoneando por la Pellegrini, esquivando las cuatro por cuatro de los funcionarios.
Juárez era un dictador porque robaba todo para él. Tipo Neurus: “Uno para ti, otro para ti, ¡mil para mí!".
Ahora roban todos.
Llegó la democracia.
Era hora.
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