Por Sergio Sinay.
El 2 de enero los hipócritas volverán a llamarse hipócritas, los inmorales lo serán a cielo abierto, los corruptos seguirán en su quehacer voraz, los golpeadores continuarán golpeando, en las rutas circularán por miles los potenciales asesinos al volante (sobrepasando límites y leyes) hasta que dejen de ser potenciales. Los famélicos estarán más hambrientos y los que hambrean estarán más obesos. Mientras tanto, se nos pide que tendamos un manto de olvido (uno más) llamado espíritu navideño.
Ese espíritu se parece a los discursos necrológicos, en los cuales la muerte y el olvido maquillan como buenos a los peores, como valientes a los cobardes, como bellos a los horribles y como héroes a los villanos. No hay que preguntar en estos días por el origen de la Navidad. Sobran los que lo ignoran, es una pregunta desatinada, ajena a estos tiempos, digna de aguafiestas. Humildad, meditación, reflexión, transformación, sacrificio, generosidad, aceptación, moderación, sobriedad, espiritualidad, moralidad son palabras inoportunas en estos días, pertenecen a un idioma desconocido. Habrá, sin embargo, quienes las pronuncien y las honren. Hace 2011 años que, pese a todo, existen esos empecinados que hacen girar al mundo convirtiendo a esas palabras en acciones. Ellos tienen espíritu navideño durante 365 días de cada año. Son pocos. Como en el comienzo.
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