miércoles, 1 de abril de 2009

Murió Raúl Alfonsín: todo un hombre



Por Roberto Azaretto

Se fue Alfonsín y, de alguna manera, los argentinos nos sentimos huérfanos y además nostálgicos porque la Argentina que presidió era más fuerte en lo institucional, con  menos desocupados, muchísimos menos pobres, con justicia en vez de venganzas, con gran prestigio internacional.

Qué poca cosa son la mayor parte de los líderes actuales en comparación con Alfonsín; qué poca cosa eran algunos que se encarnizaban con él fugaces estrellas mediáticas, invitados por la telecracia por sus caras, porque carecían de neuronas.

Raúl Alfonsín no se resignó a que su partido fuera el eterno segundo, tuvo utopías, sueños y trabajó para lograrlas; percibió que había que prepararse y preparar a su partido para superar la maldita década de los setenta. La década de la violencia de los que descreían en la democracia, como los guerrilleros y sus represores que se dejaron vencer por el demonio de la violencia. Que la Argentina no debía soportar más gobiernos grotescos y vergonzosos como el de Isabel Martínez de Perón, y ministros como López Rega.

Venció en 1983 porque fue el único que supo denunciar al pacto militar sindical que nos ha llevado a la pobreza actual desde hace casi setenta años, pacto antidemocrático por naturaleza al servicio de intereses personales y no de los intereses generales que manda preservar la Constitución Nacional.

Mientras unos decían somos “la rabia, somos la muerte” y se veían los fantasmas del desgobierno isabelino, Alfonsín convocó y entusiasmo a una juventud que aprendió la importancia de la urna; cuántas veces Ricardo Balbín les dijo que evitaran la tentación del fúsil porque el sufragio era un arma más poderosa para lograr cambios y que no debía derramarse sangre argentina.

Los actos públicos, las presencias en los palcos, ese grito de somos la vida, esos discursos concluyendo con el preámbulo de la Constitución Nacional que al principio pronunciaba en soledad y que, paulatinamente, acompañaban las voces del pueblo congregado en las plazas y calles de la República hasta que en los finales de la campaña centenares de miles de voces en Rosario, Santa Fe, en la avenida 9 de Julio, etc. se sumaban a la voz del candidato que venía a restablecer la democracia en este sufrido país nuestro como en un rezo laico que nos daba la esperanza de terminar con el ciclo maldito del partido militar, cogobernando muchos años con gran parte del sindicalismo argentino que se enriquecían junto a los empresarios del poder. La patria contratista, la cámara de la construcción vienen saqueando al país precisamente desde el gobierno del dictador Onganía.

No tuvo la suerte de otros, no encontró los pasillos llenos de oro del Banco Central de un país que hace 70 años era más fuerte y rico que el resto de Sudamérica juntos ni los precios internacionales para nuestros productos de los que disfrutamos y derrochamos estos últimos seis años. Por el contrario, soportó las tasas de interés internacionales más altas del siglo pasado y los precios más bajos para las exportaciones argentinas desde la década del treinta.

Un sindicalismo aferrado a privilegios y canonjías le hizo catorce paros generales. Soportó sublevaciones militares y campañas de los añorantes del pasado.

Se lo comprendió y respetó en el exterior al punto que fue el único ex presidente que estuvo reiteradamente visitado e invitado por estadistas, académicos, universidades, intelectuales.

Alfonsín tuvo el coraje para juzgar a las ex juntas militares, cosa que no iba a suceder si ganaba Lúder, pues ya habían acordado con la última cúpula del gobierno de facto respetar la auto amnistía que se había decretado el gobierno militar. Hubo investigaciones serias y justicia; no venganzas. Soportó también el último asalto guerrillero en 1989 con el ataque sanguinario a la Tablada.

Logró la paz definitiva con Chile, intentó la modernización de la economía argentina, aunque no le ayudó la oposición.

En una visita del estadista español Adolfo Suárez, quien promovió la transición española, le dijo: “Usted carece de las ventajas que yo tuve, no tiene cuidándole sus espaldas a Juan Carlos (por el rey de España) y no tiene un opositor como Felipe González”

Se va un político que caminaba el país conociendo su geografía y su gente, un político de los de antes, con ideales, con algo de romanticismo que pasó privaciones con su familia porque la política era lo primero. ¿Qué diría Alfonsín frente a los mercenarios que preguntan cuánto hay antes de decidir si acompañan a un candidato?

Se fue un hombre decente, algo que no pueden decir los que lo sucedieron. 
Militó hasta el final promoviendo la paz, la unión nacional y la concordia entre los argentinos.

Permitan un recuerdo personal. El que escribe lo trató cuando fue Presidente en diálogos políticos, en ocasión de los intentos golpistas, que fueron más de los que trascendieron. Luego lo invité, como ministro de Gobierno de la intervención federal encabezada por Pablo Lanusse a la entrega del poder a su ex correligionario el gobernador Gerardo Zamora. No me olvido que a los nuevos gobernantes santiagueños, provenientes de la UCR, les molestó la presencia de Don Raúl y no querían que apareciera en el palco. Pero me ocupé que ocupara el lugar que les correspondía como ex presidente de los argentinos. Se fue con gusto amargo. Lo sé porque lo recibí en el aeropuerto y lo despedí. 

Tal vez fue una señal que no venía la democracia a Santiago del Estero, que tampoco había llegado en el 2003, y que no tendríamos justicia independiente ni libertad de prensa, sino un continuismo light del régimen que se fue en el 2004 y que convirtió a esta provincia en la más pobre del país; situación de la que no ha salido.

No viene al caso ocuparse de errores ni equivocaciones, porque en el balance final cuentan los aciertos que fueron más.

El que escribe nunca lo votó, pero no puede evitar una lágrima ante su viaje a la eternidad y los grandes misterios que inquietan a los hombres desde los inicios de las civilizaciones. Se va de este mundo este hombre de las llanuras bonaerenses,  pues al igual que Yrigoyen y Balbín, era un genuino exponente de esa pampa que define a una gran parte del país. Era un hombre derecho, como la mayoría de sus paisanos, se va el patriarca del radicalismo, se va el patriarca de la democracia argentina, se va el hombre que fomentó la unión nacional. Se va un hombre, se va un señor. 

Tal vez su muerte, en estas circunstancias por las que pasa nuestro maltratado país, sea su último servicio a la paz y las instituciones argentinas.

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