sábado, 25 de julio de 2009

El ciego y el lazarillo

Por Eduardo José Maidana

En ocasiones como las que vivimos, la memoria vuelve a un clásico, en ese caso al Conde Lucanor. Se cuenta que sombreando a la vera de un arroyo el ciego y su lazarillo tal cual lo pactado, comían una uva cada uno por vez de los racimos de una caridad. De pronto, el ciego le atinó un bastonazo a su acompañante. “¿Por qué me pegas?”, gimió el muchacho. “Me haces trampa, lo sé porque cuando yo como de dos uvas por vez, vos no me dices nada.”

Esta cuestión, delicada, sin duda, aparece planteada en el editorial de La Nación, del 15 de este mes, con el título de “Indignante alarde de corrupción.”

Lo cual es siempre grave para el gobierno como persona moral, y todo gobierno lo es, lo sepa o no, tanto que puede morir y seguir, ya cadáver, hediendo adentro. Lo dijo en pleno recinto don Manuel Pizarro, senador nacional cordobés del gobierno de Juárez Celman un año antes de su caída. Y García Marqués armó la metáfora del patriarca o caudillo, al que por los cuervos, descubren irreconocible - un anónimo- con las chafalonías que ornan el poder, tendido sobre las alfombras rojas, sin un mango.

Para las personas del común tal duelo extraño y ajeno, distante, no merece velas ni flores, y sólo malas palabras por jaculatorias. La mortificación de aceptar que el poder fenecido para la vida moral, sigue, desentendido de su óbito, se la cobra con desprecio y dando crédito a cualquier fantasía que diga del gobierno la opinión no publicada como diría Alberto Tasso.

Opinión que brota del entresijo social, y va tomando la forma y el gusto de la identidad grupal en el trabajo, la esquina, el café, la familia, y que nunca podrá resolver sobre la maldad del lazarillo sin dudar del ciego o lo que es lo mismo: creer que el lazarillo y el ciego de tanto hacerse trampas, son iguales. La Nación dice: “En este sentido, Zamora es cómplice de Alegre”. Miles de plumas al viento son las versiones impublicables, por lo mismo públicas, por suerte lejos de cualquier poder.

Me quedé con lo más olvidado y, pese a ello, lo más importante. Algo obvio: comuna viene de común. En esta verdad estriba la importancia que el diario La Nación le da los hechos. Para mejor entender. Las Marchas del Silencio en las cuales si algún metido habla pierden la mudez que las hace bravías, como lo fueron en Catamarca y aquí en Santiago, expresan el rechazo y la condena del común, que son los propietarios de las comunas. Esta vez no fue el robo vecinal, diario y múltiple. El atraco al granel, a lo tonto, se llevó el presente y desvalijó el futuro. Una guasada.

Lo dicho en la tertulia aquí y allá, cede la derecha al silencio. El murmullo áspero de los pies sobre el pavimento une y unifica. Entonces lo que a la mujer de Dominguez la hace temible no es su dolor de viuda. Sino su orfandad de justicia. Ese agujero negro atrae a los comunes dueños de la comuna capitalina que los viernes caminan y el silencio de ellos pisotea a políticos, jueces y policías, sistema al que casi un 70% del padrón les había negado su confianza (45% que no concurrió + 25o% adverso) si es que las cifras oficiales esta vez son veraces.

No importa cuántos hijos parió esta desconfianza, sino quién es el padre. Los ingleses con los incontables hijos de Enrique II, “que por así decirlo no sabía que hacer con ellos”, dieron con las salida cuando entendieron que, si tantos y todos eran y fuesen hijos ricos, sólo importaba saber ¿quien era el rey? Es lo que la Nación subraya. Ocurrió con Carlos Juárez. Si el estaba informado al minuto de todo, luego, mal podía sostener no saber, por ejemplo, de un préstamo por 120 millones de dólares o de las gestiones de Musa Azar a quien abandonó en pampa y la vía.

Estamos en el duelo del fracaso. Fracaso de los elegidos aunque se ufanen de sus riquezas. Y confirmando, una vez más, que cada pueblo tiene el gobierno que puede, y que no pocas veces merece, estamos fracasando los electores. No hay espacio para alegrarse, aunque algunos creen que sí, y al reírse de los caídos se ríen de sí mismos que los votaron. Y que, la historia indica, los seguiremos votando. Aquí, hasta el Conde Lucanor sería un derrotado.

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