jueves, 9 de diciembre de 2010

Esa juventud maravillosa

Por Héctor Ghiretti (Diario Los Andes, de Mendoza).

Donde está la Juventud Peronista siempre hay alegría.
Cuentan que sucedió en una de sus visitas a la Argentina. Juan Pablo II se trasladaba de una ciudad a otra, contemplando desde la ventanilla una eufórica masa humana que saludaba su paso, lo vitoreaba y agitaba banderas, golpeaba el cristal y corría a la par del vehículo que lo transportaba.
Mientras respondía al saludo, algunos le oyeron hacer un comentario en voz baja. Hay dos versiones: una afirma que dijo "es un pueblo muy joven". Otra sostiene que murmuró: "Son como niños".
Una conclusión apresurada podría apuntar a un súbito renacer de la religiosidad popular. Más bien se trataba de una exteriorización de un sentimiento pasajero, que se disiparía casi tan pronto como la figura del pontífice se alejara. Como niños, como adolescentes.
Algún día será necesario ocuparse especialmente de la relación de los jóvenes con la política: se trata de algo de valoración compleja y delicada, con aspectos positivos y negativos.
Entre estos últimos no debe perderse de vista que los jóvenes son la carne de manipulación por excelencia: poseen la suficiente ingenuidad, fuerza y entusiasmo, pero sobre todo disponen de tiempo libre. En este sentido, resulta mucho más difícil manipular obreros, amas de casa, profesionales o jubilados.
El peronismo sabe esto desde siempre. Conocedor insuperable de la cultura política argentina, desde aquella consigna de que en la Argentina "los únicos privilegiados son los niños", pasando por el juego siniestro de facciones armadas al que instigaba con las apelaciones a "esa juventud maravillosa", hasta el terrible epílogo de los "imberbes, estúpidos" cuando echó a los Montoneros de la plaza en 1974, Perón manipuló a niños y jóvenes según conveniencia propia.
La manipulación se invirtió después de su muerte: durante años, la Juventud Peronista se definió como "la rabia de Juan Perón", reclamando una ortodoxia y una fidelidad exclusiva a los ideales del líder.
No es extraño entonces que los jóvenes hayan aportado un contingente decisivo a la asistencia al velatorio de Néstor Kirchner. Tampoco lo es que el gobierno se haya entusiasmado con tal comprobación e insista sobre el asunto hasta el hartazgo, intentando probar con él la continuidad y el consenso de su proyecto político.
Es por otra parte evidente que no todos los jóvenes que asistieron lo hicieron siguiendo las directivas del aparato. Hubo mucho de espontaneidad y de sincera congoja. Lo cual no contradice nuestra hipótesis.
¿Cuál era la cualidad política específica del acompañamiento de los jóvenes a Cristina y los deudos directos? ¿Hubiera sido diferente el funeral de alguna personalidad deportiva o del espectáculo? ¿Qué deja Kirchner en términos de legado político a la juventud? ¿Qué cabe esperar de esta militancia juvenil: una nueva dirigencia, un mayor caudal electoral u otra barra brava más?

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