viernes, 10 de diciembre de 2010

¿País de fronteras abiertas?

Por Eduardo José Maidana

La política de inmigración de hace cien y pico de años fue selectiva. La mayoría de italianos y españoles no vinieron porque sí. Hubo agencias y coordinación con los países de origen. Se priorizó la afinidad con nuestra identidad. Y financiamientos desde esos países. La Argentina ofrecía: tierras en el interior, escuelas, transporte, seguridad, el sistema de salud de la época, la estabilidad mínima en un Estado en serio e igualdad de oportunidades a partir del trabajo duro y sacrificado y la educación.
Las puertas abiertas son de anteayer: expresan al populismo del todo-vale y del cuenta-propismo electoral. Se corresponde con nuestra decadencia extrema: la actual. Ellas obligan a satisfacer exigencias como las que vivimos en estos años kirchneristas. Los “okupas” que reclaman viviendas ¡ya! son un ejemplo; y el “entrismo” marginal desde el asedio que montan las nuevas villas penetra y acampa en el corazón de la “capital imperial” Buenos Aires en sus espacios públicos, le van pintando un rostro decadente. Que duele. ¿Quién no sintió el orgullo de esta ciudad que se inventó a sí misma!
Y hay lógica en las exigencias. Los países que aceptan inmigrantes por eso sólo hecho asumen el compromiso humanitario de alojarlos, sostenerlos y darles aquellos servicios esenciales para la vida. Luego, en esta delicadísima materia en las naciones en serio está erradicado – sacado de raíz - el pretexto de la espontaneidad aluvional. Porque la misma lógica dice: un aluvión es inmanejable. Los subsidios (planes varios del asistencialismo) que incluyen a los inmigrantes de modo indiscriminado habrían potenciado la descarga del desplazamiento de cientos de miles en la megalópolis que tienen por centro a Buenos Aires. Se habla de cifras muy importantes de ingresados en años recientes. El aumento de la presión que ejercen y su conexión con movilizadores profesionales, lo estarían avalando. La disciplina y velocidad del movimiento de varios miles de personas en Villa Soldati no es improvisado. Huele a muchas cosas.
El uso político de este fenómeno puede significar mañana, sino lo está significando ya, un crimen de lesa humanidad. Que nos coloca sobre un polvorín. Los hechos de Villa Soldati tienen esos colores. Hasta antenoche el gran ausente era el Estado. Que la embajada boliviana nos acuse de xenofobia se mezcla en este absurdo baile de disfraces. Y que el gobierno no le reclame al embajador explicaciones induce la sospecha de complicidades graves. Voy a lo posible y lo dicen las declaraciones de la militancia progre-kirchnerista, que defiende esta intrusión ilegal como un derecho natural a entrar en la casa ajena y hacerse dueña de ella que el embajador, y por su boca el gobierno de Bolivia, parece compartir. Y lo de la casa no es una metáfora: ha ocurrido antes y ahora.
¿Y no es lo que está pasando?
Roma como un todo no creyó que sería invadida y ocupada por miles de inmigrantes a los que llamaban bárbaros (significaba desconocidos), y sus sistemas y gobiernos caían porque no acertaban a resolverlo. Era su hora final. Escribo hoy lo que mis amigos me han oído preguntar varias veces: ¿aguantará el gobierno nacional con sede en Buenos Aires una ocupación silenciosa – nada de violencia –, de un millón de bolivianos y paraguayos instalados en sus avenidas y calles? ¿Es la gran marcha que remedando a la de Mao o Mussolini, nos está preparando el destino?

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