jueves, 23 de junio de 2011

Poca moral, mucho moralismo

Por Sergio Sinay.
Los valores morales no existen de por sí. Los creamos. Los crea una comunidad humana cuando acuerda qué atributos necesita para sobrevivir como tal y como especie y qué atributos compartidos y respetados permitirán que cada uno de sus miembros viva y se desarrolle con dignidad para alcanzar la plenitud de sus potencialidades y su singularidad. Actuar de acuerdo con esos valores es algo que se debe hacer. No por una recompensa o cambio de algo, sino porque se debe. No es negociable. “La recompensa de una acción moral es la misma acción”, decía Kant. Cuando se cumple con los valores a cambio de algo (imagen, respeto, posicionamiento, vida eterna, olvido, perdón, etc.) la acción ya no es moral. Es oportunista, manipuladora. Quien hace lo que se debe hacer actúa moralmente, y es por lo tanto, una persona moral. Se desentiende del resultado. Quien dice lo que otros deberían hacer es un moralista. La moral atañe a los seres morales. Los moralistas, en cambio, son hijos de la moralina. Morales y moralistas pertenecen a especies diferentes y antagónicas.
Quien escucha con atención las voces que a diario nos ensordecen (discursos políticos, proclamas mediáticas, cháchara farandulera y deportiva, sermones pseudoespirituales y demás), y quien lee mucho de lo que se escribe y publica, o expone sus ojos a los vómitos de resentimiento que abundan entre los comentarios (siempre anónimos, siempre ocultos tras seudónimos) de lectores de sitios informativos on line, podrá ver que en esta sociedad nos empacha la moralina mientras sufrimos anemia de moral. Es curioso cómo abundan los expertos en pregonar lo que otros deben hacer mientras ellos se afanan en no cumplir con normas, reglas, leyes ni deberes morales. Es curioso, sí, pero explica con claridad por qué vivimos como vivimos (como sociedad) y por qué nos pasan las cosas que nos pasan.

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