domingo, 12 de mayo de 2013

Carlos Mujica: entre el misticismo y la austeridad

Por Miguel Brevetta Rodríguez.
Se fue Cacho, silencioso como su vida, solitario y meduloso de lo propio y lo ajeno. Quienes lo conocimos de verdad lo sentimos profundamente, ante la irremediable partida, reconociendo su mística y su extraña manera de sentir el duro compromiso de existir.
De la nada, como el mismo lo recordaba, transitó un camino de pétalos y espinas. Observó la pobreza con ojos de niño y el sacrificio que exige el merito en la formación profesional y de vuelta a los renunciamientos y a las privaciones, tan sólo por haber escogido el rumbo de la sencillez como estilo de vida.
Sus férreas convicciones y sus conocimientos profesionales, acompañados de una personalidad tranquila y austera influyeron sin duda, para que asumiese serios compromisos en el ámbito de la arena política. A todos se negó en un principio, pero cedió ante la insistencia, porque acostumbraba a “rumiar” todo acontecimiento que le exigiera una profunda decisión.
Llevaba consigo un intenso y arraigado misticismo que lo llevó a relacionar el derrotero de su vida con el designio del Creador. Es que la fe logra, sin que parezca extraño, que afloren esos sentimientos, cuando se deben asumir posiciones, que más que honores, arrastran consigo cargas abrumadoras que se imponen como un tributo obligatorio, sin otorgar nada a cambio.
Compartí veinte meses de una gestión intrincada y turbulenta durante su mandato gubernamental, sin feriados ni reloj. Días intensos de aprietes, conciliábulos y forcejeos que golpearon sin cesar sobre la imagen de un hombre que asumió con todo y se retiró sin nada.

La ley de Lemas

Carlos Aldo Mujica, “Cacho”, el ex gobernador recientemente fallecido.
Fue gobernador por mandato de la infausta “ley de Lemas” que todos los candidatos aceptaron, pero en la noche del escrutinio definitivo, la desconocieron, cuando los resultados les fueron adversos. Gritaban “fraude”, tiraban piedras y escondían las manos y en consecuencia vimos surgir una especie de “cultura caballar” que nos recordó a Calígula y a su “senador” Incitatus.
De inmediato, le colgaron el estigma de la ilegitimidad, cuando en realidad había triunfado en la elección, de conformidad con las reglas del juego que todos habían consentido, sin impugnarlas en su momento, ni revelarse ante la convocatoria. Y como si ello no fuera un mal perverso, gestionó con un poder legislativo totalmente atomizado, que no hizo otra cosa que confrontar por espacios de poder, hasta terminar pidiéndole el juicio político, días antes de su renuncia al mando.
Carlos Mujica fue la victima silenciosa de sórdidas conjuras, absurdas mezquindades, y vanas ambiciones de sus propios partidarios internos y externos. Tanto él como su antecesor fueron los únicos que gobernaron esta provincia, en los últimos cincuenta años, sin la suma del poder público, ni facultades extraordinarias. Es decir, disminuidos, sin un factor real de poder que les posibilitara un mandato a conciencia y libertad.
Fue el “globo de ensayo” de los cruentos ajustes del ministro Cavallo y de las ambiciones políticas desmedidas del ex jefe de Gabinete Eduardo Bauza quien mandó a fragmentar los fondos de la coparticipación federal, hasta tanto se promoviera el co-gobierno con su entonces amigo Carlos Arturo Juárez.
La maledicencia encarnada en la calumnia, la infamia y todo tipo falsedades hicieron recaer sobre su persona y colaboradores, instalando el desprestigio por doquier, hasta que con la complicidad y los rastreros servicios de un ignoto juez del crimen, que al afecto actuó de oficio, le adosaron un sumario (1) y con una “fotocopia simple” como base probatoria, pidió su captura internacional y posterior detención junto a todo su gabinete, como si se tratase de un asesino serial, para que años después, una Cámara del Crimen resuelva que nunca existió delito.
A tanto llegó el vituperio que en ocasión de asistir a una diplomatura en la UCSE sobre aspectos provinciales, un participante se refirió a la “inmensa corrupción” existente en la gestión de Mujica. Interrumpí la clase y le exigí al disertante que expusiera como prueba de sus afirmaciones, al menos dos o tres hechos que identifiquen y califiquen ese estado de corrupción al que se refería. Y sonó el silencio, ante la mirada expectante e incrédula de todos los asistentes.
Con Cacho, se fue un amigo cabal, serio y honrado. Un gobernante que desde su concepción del humanismo cristiano se resistió a dar pelea ni siquiera en defensa propia.
Nunca contestó agravios. Gobernó en un tiempo, que al decir de Bertold Brecht: se sabía muy poco y se creía demasiado.
Fuente:
1- Ver “El contrato de publicidad”, Brevetta Rodríguez, Miguel, (inédito).

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