sábado, 28 de marzo de 2009

Soñando una nueva Argentina


Por el Hermano Eugenio Magdalena, director del Colegio Champagnat, de Buenos Aires.

La violencia, como el humo, invade los más recónditos estamentos de nuestra sociedad.

Ya no es el robo a mano armada o el vergonzoso y artero secuestro; es la violencia en los escenarios deportivos, en los medios de comunicación social, en el transporte, en las aulas, etc.

La paz y la guerra anidan en lo hondo de la naturaleza humana.

Desde el bíblico litigio de Caín y de Abel, a hoy, cada persona puede ser un volcán de violencia o un mar de dulzura.

La violencia y la paz, el odio y el perdón forman parte del misterio del hombre.

Hay que educar para la paz, hay que promoverla incesantemente.

La paz, caricia de Dios, es tarea de hoy y de siempre.

La paz es tarea de todos, pero deber ineludible de las autoridades.

A mayor investidura, mayor cordura.

Las autoridades nacionales, en los últimos tiempos, han atizado hogueras de violencia y ejercitado rencores y enfrentamientos.

Un gobierno democrático y sólido no necesita avivar odios para acrecentar la gobernabilidad. Es un juego peligroso, imprevisible en sus consecuencias, ya que a la larga o a la corta, daña a quien lo instrumentó.

Hacemos memoria de algunos hechos:

-La irrupción en la Plaza de Mayo de piquetes vandálicos que desalojaron a pacíficos manifestantes con lluvia de trompadas y de gritos discriminatorios verbalizando un profundo resentimiento.

-El discurso oficial mesiánico, teñido de un histérico populismo que enfrenta el agro con la industria; el campo con la ciudad; el centro con la periferia

¿Por qué balcanizar la ciudadanía argentina?

¿No vivimos todos en la misma Patria?

Esta división, además de ser injusta y arbitraria constituye un juego peligroso que atenta contra la armonía y sana convivencia pluralista que siempre nos caracterizó.

Podemos ser mosaicos de diferentes colores, pero formando la única figura, la Nación Argentina.

Es inaceptable el frecuente crispamiento que acusa de subversivo al democrático por disentir, y confunde adversario con enemigo.

Intolerable y violenta la presencia de cierto sindicalismo muy K, tan jurásico como K, que ataca con inusitada violencia, aísla fábricas, supermercados, amedrentando al simple ciudadano y sembrando caos a los cuatro vientos.

La patológica y persistente regresión a la década del setenta demonizando arbitrariamente a unos y angelizando hipócritamente a otros, en fino ejercicio de fragmentación de la unidad social.

La persistente sospecha y el miedo a los "generales mediáticos" y el profundo desprecio por los generales de carne y hueso, que al fin y al cabo, son soldados de la Patria.

El estilo de relación de las autoridades nacionales con empresarios, productores, exportadores, intelectuales no setentistas, e incluso con diplomáticos extranjeros; los aprietes, los hostigamientos, las amenazas y chicanas; las esperas injustificadas, son reflejo de absolutismo y muestra de debilidad.

Hay una política de relación muy estudiada, leída en los manuales de las revoluciones fracasadas.

Yo lo experimenté en Angola en 1986 en pleno poder marxista.

Hay que ir al choque, quebrar los nervios, tratar con dureza y cretinismo, como si el otro fuera una bestia a dominar o un enemigo a demoler.

Existe una muy estudiada y publicitada voluntad de compartir las riquezas; la equidad debe llegar a todos los argentinos.

Es cierto, todos debemos ser canales de distribución, también el estado y sus autoridades, pero los percibimos como aspiradora insaciable que abulta bolsillos del poder y de los amigos.

Si no hay coherencia, verdad y respeto, la paz será una utopía y la violencia el puñetazo que acompaña nuestra diaria convivencia, el pan amargo de nuestras relaciones sociales, políticas y hasta familiares.

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