miércoles, 18 de marzo de 2009

Y, ¿si lo hacemos por circuitos?



Por Eduardo José Maidana
 
La Constitución fue el pacto fundacional al que la sociedad o el pueblo, la gente, como sea la definición, acordó para limitar el poder y proteger a los débiles. Juan sin Tierra cedió e Inglaterra celebró la primicia básica de los derechos civiles y políticos y de la estructura de gobierno que procesó, de ahí en más, el sistema representativo moderno.
 
El  voto secreto fue el pacto electoral fundacional de la democracia como mecanismo incruento, libre, seguro, limpio, que reemplazaría: a la lucha cruenta (cada lanza un voto); y borraría el fraude en la competencia por el poder. La república tomaba forma con aquella constitución y el sistema electivo de “Nos los representantes”, y a condición de que lo fueran. Sin ellos, a cabalidad, no hay sistema.
 
En 1912 tuvo en la Ley Sáenz Peña la articulación de la Constitución que venía de 1853 con  el sistema electoral secreto, libre, limpio, mecanismo que, en su estreno, sufrió menoscabos. Fue cuando don Hipólito y su personalismo excluyente creyó que el mundo que prometía, abonaba razones para la andanada de intervenciones que suprimieron las disidencias y, luego, la paralización de hecho del Congreso de la Nación al que, “el régimen falaz y descreído” derribado, había clausurado por decreto.
 
Desde aquello, acumulamos: el golpe de Estado civil-militar, el fraude patriótico, la anulación de elecciones perdidas,  otro golpe  militar sin civiles, la autocracia del personalismo de Perón suprimiendo la libertad de expresión y acorralando a la oposición en nombre de la Nueva  Argentina, hasta la famosa “gerrymandria”: un  chico dibujó circuitos para licuar el voto opositor en la Capital Federal.
 
La elección de Cámpora-Solano Lima fue una inmensa parodia urdida sin miramientos. Destituidos por Perón, mandado afuera el titular del Senado y el gobierno en manos de Lastiri, yerno de López Rega, en cuatro meses saltamos la proscripción de Perón y, en una subasta de equívocos: unos creyendo elegir al “líder de la Patria socialista” y otros al autócrata que pondría en pretina a la subversión, nos mandamos la elección del “salvador” a quien, de conocer cuyo fracaso final lo preservó la muerte compasiva.
 
La carcasa del trípode: república, democracia y sistema representativo, humeante y vacío, terminó su extravío en el partido militar sincerado en su viejo sueño de la suma del poder, nacido en el 30. 
 
El fraude tiene varias caras: la pata sindical, las proscripciones, la ley de lemas que se saca y pone a voluntad, el control de los medios de comunicación, el Estado-partido a vista y paciencia, el tome y daca con ricos que invierten a futuro o  ponen por coacción, las alianzas que se permiten o prohíben y las elecciones que se anticipan y escalonan, con mandatos que se prorrogan o interrumpen (para electos licenciados que van a cargos ejecutivos), la elección por matrimonios y sus hijos.
 
Las constituciones se reforman según convenga. Y se vacía de contenido a la democracia que clama por aire: la solidez intocable de los códigos electorales, la igualdad de posibilidades para competir por el poder, el serio control de los financiamientos,  la no reelección y el control de sus patrimonios, el cumplimiento estricto de los mandatos y la prohibición de postularse a otros cargos mientras se cumple el contrato que significa el voto ciudadano, y la caducidad ipso facto del que permita al marido o esposa, hijo, nuera o suegra a mandar o legislar por o con el electo.
 
Luego, proponerle a Kichner y a Macri, tan funcionales el uno al otro en este nuevo  acto “destituyente”, que aceleren el cuesta abajo de rodada en rodada y hagan elecciones por circuito en la ciudad y por circunscripción en la provincia (no creo que Scioli se oponga) empezando por aquellas donde estén seguros de ganar y, sigan en ese mismo tenor, suena a terrible lógica. Sepan que el país está maduro para su final.
 
¿Qué puede evitarlo?, la ejemplaridad. 
 
Uribe rompió la cadena de imposibles para superar la alternativa foquista de la Farc mostrando que era incomprable y que, de verdad, su política de Estado era terminar con la guerrilla y sus aliados narcos. A su lado y detrás se encolumnó el país. Lagos, loado  por su tarea honorable, fue enaltecido a cónsul moral cuando renunció a ser reelecto, y Tabaré Vázquez se afirmó en el podio ético al negarse a seguir y preferir la renuncia a su partido antes de abdicar principios en cuyo nombre vetó la ley sobre el aborto.
 
Padecemos una data larga de anormalidad, sin ejemplos que frenen la deshumanización de la política. Porque el hombre es un ser moral, o es subhumano. Y si ésta raza manda, “mal año señor”, diría el santiagueño cuando sin viento, no le caía encima el mistol. 

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