jueves, 15 de octubre de 2009

Vagancia, suciedad y cementerio de palmeras


Por Miguel A. Brevetta Rodriguez

Hasta no hace mucho tiempo sentí una suerte de orgullo al transitar mi rutina aeróbica a la vera del Dulce, aspirando aire fresco y contemplando un incesante ir y venir de personal dependiente de la municipalidad de la Capital, encargado de los más mínimos detalles en la culminación de una obra necesaria y clamada por los santiagueños.

La "nueva costanera" se transformaba así en el lugar indicado para la realización de espectáculos públicos, reunión familiar, pista aeróbica, ruta ciclística, paisaje natural ataviado de flora autóctona al que se agregó una considerable cantidad de palmeras extraídas de otros lugares, como símbolo a destacar.

Es que casi todos los jefes comunales, en especial los del centro del país, coincidieron en la idea de "transplantar" palmeras bordeando lugares estratégicos como ser costaneras, parques y lugares de recreación, en una forma de vestir al lugar con el toque glamoroso acorde a las paradisíacas islas del Caribe. Claro que el costo del emprendimiento no le fue indiferente al erario público, atento a los trascendidos del monto total de la obra.

Por concurrir a diario, en horario de la siesta al lugar de los hechos, pude apreciar in situ el traslado y posterior implante de los añosos ejemplares, que en hilera, sostenidos por gruesos cables guiados, aseguraban su permanencia en tierra firme. El mantenimiento del palmeral fue reiterado al igual que la de otras especies arbóreas insertadas en la zona. Tanto el cuidado, limpieza, mantenimiento e iluminación del sector resultó optimo, por entonces.

Pero… lamentablemente, en este caso, nada es para siempre. En la actualidad transitar la nueva costanera concita vergüenza ajena. Es más, también aflora un sentimiento de rabia mezclado con impotencia y desolación, cuando se contempla la agonía e inminente muerte de esos "gigantes" palmares que, por su aspecto, dan cuenta de la vagancia, la suciedad y la indiferencia que circunda el lugar.

¿Qué ven mis ojos expectantes? Carros basureros por docenas transitando y horadando los veredones que circundan la Ucse en dirección al río. Desperdicios a raudales amontonados por el camino. Humareda de noche y de día. Papelerío danzante al ritmo del viento, mezclado con cenizas. Fotos de almanaques, pedazos de collares, estampitas.

Botellas rotas, cientos de envases descartables, paquetes de cigarrillos, jirones de nylon a diestra y siniestra, restos de colillas blancas y marrones, tierra, mucha tierra, semillas de todas las especies, pasto seco, chapitas, condones usados de todos los colores, pedazos de bombachas, pañuelos multicolores, medias sueltas, medias suelas, todo por la mitad. Anzuelos, restos de perros muertos, pocotos, porotos, pedazos de pan duro, dátiles secos, bolitas de colores, latas herrumbradas, gomas en tira, pedazos de hondas, gomines, cueros sucios, chicles pegados, pelusas, moscas, mosquitos, dengue, cáscaras de bananas, diarios viejos, bostas de caballos, pelos, pajas, figuritas, pozos, peces muertos.

Perros vagabundos, flores secas, caballos sueltos, excrementos, restos de alimentos, ningún monumento, basureros de lata repletos, bancos fuera de sus lugares, restos de asado, carbones humeantes, parrillas improvisadas, guano, astillas, papel madera, bolsas de carbón, esqueletos de peces, alambres, mucho polvillo, muchos escombros, papel higiénico, votos, plumas sueltas, carozos, envases de dentífrico, hojas de afeitar, pedazos de jabones, tachuelas.

Y, como si ello fuera poco, me encontré con algunas monedas, sin valor alguno.

No se ven policías ni patrulleros ni camiones regadores ni empleados municipales ni inspectores ni custodios privados ni paseantes ni viejos pescadores; sólo pasan algunos roedores.

Una gestión de inútiles nos muestran la ciudad a la que llaman la más sucia del país. Encima, en breve, va a inaugurar el primer cementerio de palmeras.

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