martes, 5 de octubre de 2010

Dos herramientas poderosas


¿Cómo evitamos que nuestros hijos no se eduquen con los valores de Tinelli? Recibo esta pregunta una y otra vez de padres y docentes con los que me vinculo en charlas, conferencias y conversaciones cotidianas. La inquietud es válida. Ese programa de televisión muestra formas solapadas de prostitución cuando en él se ofrecen auto y departamentos a las mujeres que se avengan a ser “novias” de un señor cuyos músculos artificiales son tan voluminosos como pobre es su capacidad de expresar una idea.
Un señor que confiesa haber eliminado de su vocabulario las palabras humildad y trabajo y que exhibe obscenamente autos, relojes y anillos (¿obtenidos sin trabajo, entonces?) en el mismo país donde la pobreza crece un cada día. En ese programa se ha propuesto una y otra vez, a través de los integrantes de la troupe, la agresión, la descalificación y el lenguaje soez como forma primordial de comunicación. Se ha ensalzado de mil formas el machismo con la complicidad de mujeres que, por dos segundos de “fama” aceptaron ser patéticamente manoseadas o desvalorizadas. La obsecuencia hacia el conductor (léase el poderoso) es lo que, a diario, se propone allí como forma de ascender o, al menos, de permanecer. El programa tiene 38 puntos de rating (un punto equivale a 100 mil espectadores.
¿Cómo se hace, entonces? Creo que es simple. Si el programa tiene ese rating es porque se lo ve. En el control remoto hay dos poderosas herramientas. Un botón rojo para apagar el televisor (alguna gente ignora, al parecer, la función de ese botón). Y otras teclas que permiten cambiar de canal (hay un mínimo de 65). Con operar ese botón y esas teclas aquel rating desaparecería como por arte de magia.
Mientras tanto, frases del tipo “lo vi por casualidad”, “estaba haciendo zapping y justo enganché…”, “lo miré un ratito para ver por qué todos hablan”, “lo veo diez minutos para despejarme”, son excusas patéticas que, además, eluden la responsabilidad. Si te gusta míralo sin culpa y sin doble discurso. Si creés que insulta a la inteligencia, que propone una ética penosa y que expone a tus hijos a modelos éticos deplorables, cambiá o apagá. Es así de simple. Y así de poderoso será el efecto si se multiplica.

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