miércoles, 3 de noviembre de 2010

El Liberal o don Juan A. Figueroa


Hoy, el diario El Liberal, decano de la prensa del Noroeste Argentino, cumple 112 años. Desde Arena Política, optamos por recordar a ese gran santiagueño que fue su fundador, don Juan Figueroa.
Para ello, acudimos al enjundioso trabajo de investigación que realizó el “maestro de periodistas” y ex hombre de El Liberal, don Eduardo José “El Gringo” Maidana. Él escribió la más completa y única semblanza de don Juan Figueroa, en un trabajo que se publicó en el libro “Sitiales”, de la Academia de Ciencias y Artes de Santiago del Estero, editado este año por Editorial Lucrecia.
El estudio se titula “Don Juan Figueroa”, y en esta entrega transcribimos desde el segundo párrafo del Capítulo IV.

 
Por Eduardo José Maidana
El Liberal, cuyo primer ejemplar don Juan A. Figueroa remató a cuatro pesos en el patio de la “casa del 46” la tarde del 3 de noviembre de 1898, pudo haber sido una hoja que el viento político alzó y abatió. Fueron sus principales animadores el Dr. Napoleón Taboada, el Dr. Ramón Castro, primer director y otros. El asesinato del diputado Pedro García y la intervención federal al gobernador Adolfo Ruiz trajeron a Manuel J. Aparicio del diario La Nación, que escribió el primer editorial.
Convivían en Santiago que crecía en canales, siembras, ingenios y molinos con leyes, normas y conductas que porfiaban vitalizar instituciones pura cáscara. Y la dirigencia escasa sintonizada a la Modernidad arriba y peleando el poder; con la mayoría abajo en el seno de sus creencias, cultura y tradición. Ese crecimiento creó un mercado.
Los periódicos y hojas de El Guardia Nacional (1859) a El Norte (1941) superaron con holgura los 200: para José Castiglione fueron el doble los no documentados. La tertulia seria y la camaradería festiva de la “casa de hombres solos”, quedo atrás. Tres periódicos: Unión Nacional, La Provincia y La Época salían con El Liberal y resumían los temas de acaloradas confrontaciones.
Uno, el liberalismo-laicismo, tendría larga vida.
Sarmiento-Alberdi discutieron sobre la prioridad que para uno eran los derechos civiles y para el tucumano los políticos. Liberal era, entonces, sinónimo de magnanimidad, desprendimiento, es decir grandeza, nada tenía que ver con el abuso. Cuando la Modernidad embistió contra los límites que resisten desde la religión, por ejemplo, sustituida por la razón, la ciencia y la técnica, trinidad con rango casi idolátrico, el liberalismo pasó a significar lo ilimitado.
Don Juan bautizó el diario según su militancia y la fe libertaria de su fervor, identificada en Mitre. Que de porteño cerrado pasó a nacionalista y sus contrarios de federales se asumieron porteños para enfrentarse no como adversarios sino enemigos fieros. Laicismo y clericalismo a veces ciertos y otras pretextos, alimentaban los diarios. En los 40, el obispo Rodríguez y Olmos, procuró editar uno para esa lucha de ideas.
Ese mismo 1898 la convención reformadora local propone la separación Estado- Iglesia: tema de tan ajeno, extraterrestre. El afrancesamiento armó un zafarrancho. El Liberal asumió la militancia de su nombre poniendo a prueba el sentido ético personal y republicano de don Juan, que sin saberlo fue creando un linaje, del que supe recibir testimonios directos. Si Modernidad (y Positivismo) se asumen como religiones, hay conflictos. Y creo que, en general, y según conozco, no fue el caso extremo de don Juan y El Liberal.
La muerte de Mitre en 1906 a quien don Juan llamaba “mi hermano” disolvió al mitrismo y lo dejó con un periodismo de empresa; la asonada de 1908 clausuró el pasado militante. El Liberal trajinando esta sociedad organiza el primer torneo de futbol en 1909 y propicia la Liga Cultural, don Juan preside el Tiro Federal y el Aero Club, está en la creación de la Federación de Sociedades Vecinales. A su muerte, Emilio Cartier lo destacó en el deporte. Terminó de nacer la empresa.
Y esto de la estirpe surge de una vocación acendrada. Que se hace vida. No es mero título, es una identidad. Figueroa y los Castiglione, sobre todo lo veíamos en José que de aquel aprendió, vivían el diario. “La tinta entra a la sangre”, sentenciaban viejos maestros: se hace latido, y sin duda la pena de las vigilias insomnes se redimen al alba en la paz de la conciencia. Tensa sumersión cotidiana en la cambiante realidad, mar de muchos tiempos. De mentes abiertas, porque la desconexión con el pasado nos congela en la niñez, según Cicerón.

Jorge L. Borges lo dice:

“No soy quien te engendra. Son los muertos
Son mi padre, su padre y sus mayores;
son los que un largo dédalo de amores
trazaron desde Adán y los desiertos

…………………………………….

Y llegan, sangre y médula, a este día
del porvenir, en que te engendro ahora.”

Por la crisis, y a los 65 años don Juan buscó transferir El Liberal a quienes podían continuarlo. Al prolongarse en él, alargaba en el tiempo su estirpe. Que no viene del linaje, sino de las virtudes. Somos, al cabo, sangre de muchas sangres y tiempos sin cuento de edades. El diario, su hijo, era también su padre. Quedaba en él y se iba; en El Liberal se continuaba. Privilegió su obra y trascendió, gesto al que llamamos de grandeza. Los seguirían honrando “los hombres de esta Casa”, que por tales éramos tenidos.
Sombras, ausencias y llantos. Enero, 1929. En la cena, calmo y pausado habló a su esposa y a quienes estaban de sus hijos y sus cónyuges: dejaba el diario. Quería que El Liberal siguiera. Superado lo ocasional político y partidario, y afirmado al cabo de más de tres décadas de trabajos, sobresaltos, privaciones y peligros, lo había trascendido. Cabeza blanca, acentuado el perfil aquilino, enjuto y fibroso, mirada honda, su acerada voluntad cruzó espadas con el destino como encrucijada.
Al llegar a El Liberal entre 1948 y 1949, advertí la presencia de don Juan a través de los Castiglione, Bernardino Sayago e Hipólito Noriega, que él incorporó; de Enrique Almonacid iniciado bajo su dirección y de Pedro Vozza Solá, amigo de Enrique, hombre de Crítica primero y de Clarín en esos años; y del viejo José Luna jefe de armadores que con el Dr. José sobre las planas de igual a igual sostenían “peleas” memorables.
Vivió junto al diario. Sayago dijo que lo despertaba y adormecía la “música” de la rotoplana. La llegada de su esposa doña Tránsito Martínez, abría la celebración de los aniversarios. La estirpe que fundara, continuaba en periodistas cuyo natural respeto por las ideas y creencias, acogió con afecto mi juvenil disidencia. Amilanaba esa casi impaciencia de emulación en una épica cuyo desafío se esperaba, y mientras, se la vivía extremando el decoro intelectual y la honradez de las conductas.
En el ritmo de la impresora fluía la vida, y en la voz y prisa de los canillitas se iba él mismo. El diario envejece cada noche, es amigo que pasa: anoticia, amonesta, comenta, entrega ideas y risas, a veces agrada y otras disgusta, y sigue. Vestido de olvido, desaparece en la primera esquina, guardado se otoña para gozo de unos pocos. Su misterio de taller y fragua, es decir de estrépito y vida (o su morbo), cede a la resignación de no ser aquel que vino.
Lo supe recio, frontal, de una pieza, de palabra serena, festivo, casi oriental con su cuerpo y el trabajo. “Frente amplia, estrellada, su rostro se ensanchaba en sus pómulos descarnados. Sus ojos de tormenta estaban llenos de relámpagos. Tez pálidamente iluminada, firme nariz de capitán, ligeramente aguileña (…) Cuando yo lo conocí, sus ojos eran dulces, pero ardían en repentinos fulgores”, según Octavio Amadeo . Atrás quedaron intentos de asesinato: en uno lo hirieron a quemarropa, los duelos aceptados y librados, la cárcel con la que abonó la libertad del periodismo, en síntesis, su valentía cívica .
Con importantes lecturas en sus memorias la prosa es precisa y correcta. Las ideas al uso lo embanderaban e iba haciéndose, acomodando creencias y lecturas a la cultura local. Entregado El Liberal el 16 de febrero de 1929, volverá a la política con el partido Reformista en 1930 y, elegido por la Federación de Sociedades Vecinales presidirá el Concejo Deliberante ad-honorem. Las colectividades extranjeras entramaban. El italiano don Francisco Giuliano, quien con molino, lagar y quesería unió el agro con la industria, avaló el traspaso del diario.
Por la crisis, dicen las cartas que he leído, le fue duro guapear al Dr. Antonio que piloteó la empresa, tanto que en 1934 le entrega a don Juan su casa de la Avda. Moreno 469, tasada por el Banco Hipotecario en 40.000 pesos como parte de la deuda y le ofreció un terreno lindero con la casa del Dr. José, en la 24 de Setiembre. Cartas que trasuntan el respeto y admiración de unos y la gentil comprensión del otro, así como la mutua confianza. El precio final no figura.
¿Cuántas ideas, obras, hechos, logros y malogros se debieron al diario como espejo o como tribuna? ¿Qué de las emociones, duelos y albricias, noticias e interpretaciones, iniciativas y desahucios, estímulos y críticas, apoyos y objeciones de sus páginas saltaron al torrente vital? El movimiento cultural de 1920 a 1945 y de 1950 a la fecha, con La Brasa y las universidades incluidas, creo que no hubiese sido igual en su tono, densidad y difusión sin El Liberal.
Esta Academia sabe al fruto de un centenario casal de ideas y acción alargado en la santiagueñidad militante. Bien estuvo, luego, aceptar para titular de un sitial a don Juan y que un vástago de aquella estirpe que fundara fuese, de ahora en más invitado, disculpa mi presencia.
El Liberal y don Juan, con los vespertinos La Hora y La Provincia, institucionalizaron con la jerarquía y tecnología posible al medio el periodismo santiagueño. En la formación del primer círculo de la prensa estuvo don Juan, cuenta Samuel Yussen. Diarios sumados con entusiasta despliegue el homenaje que la provincia le brindó a don Juan, ya enfermo, en setiembre de 1942.
La medianoche del 10 de enero de 1944 en su agonía habló sereno. A sus hijos llorosos les dijo: “todavía no…”, lúcido recibió los sacramentos de la Iglesia y apretó manos pidiendo fuerzas o despidiéndose y exclamó: “…siento una sensación de plenitud…ahora, si…” Contenido en el vacío de alientos en suspenso, inclinó la cabeza y se apagó. El Liberal apuntó: “Falleció con santa serenidad.” Había librado el buen combate .
El diario La Nación dolido por el amigo, fiel a los idearios de Mitre y su corresponsal durante 35 años, despidió al patriarca del periodismo del interior. En el país, el diarismo y los colegas saludaron a un militante del oficio más lindo del mundo (García Marques), que se iba condecorado de cicatrices y alta la frente.

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