martes, 29 de marzo de 2011

La eterna fantasía del poder absoluto

Por Ramón Landajo, de Grito Peronista.
Todas las miradas apuntan al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y a Hugo Moyano por el ataque a Clarín y a la Nación.
El discurso oficial ya no habla de enemigos ni de denuncias ni de conspiraciones. Al contrario, como se explicó en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, “los que ayer daban rabia ahora dan risa”.
Los funcionarios más trajinados son retirados del primer plano y reemplazados por otros, un elenco juvenil de cuadros técnicos. Cualquier exceso verbal, como la exaltación de la reelección indefinida, es reprendido de inmediato. Cristina Kirchner ensaya sobre la superficie de su gobierno un lifting que pretende devolverle al kirchnerismo un aspecto virginal. Sin embargo, por debajo de esa operación se profundiza un giro autoritario cuya voz de orden es el avance sobre los medios de comunicación independientes.
La ausencia de Néstor Kirchner se advierte también en este cambio de estrategia. Lo que en él era impulso, tiende a convertirse en sistema; lo que era sinceridad brutal, en cinismo. Desde que la Presidenta se encuentra en ejercicio pleno de sus atribuciones, la presión oficial se ha tercerizado. Ayer no fueron los muchachos de Guillermo Moreno, “expertos en hacer saltar los ojos o quebrar columnas”, ni los camioneros de Hugo Moyano los que impidieron que La Nación y Clarín llegaran a los lectores. La tarea fue delegada a una ignota Federación Gráfica Bonaerense, organizadora de un campamento nocturno que la agencia Télam consignó una hora antes de que, en verdad, se realizara. La policía, a cargo de Nilda Garré, miró para otro lado.
Tal vez la Presidenta se declare de nuevo inocente respecto de lo que sucede en la periferia del poder. Es lo que hizo cuando Horacio González, designado por ella en la dirección de la Biblioteca Nacional, pidió la censura para Mario Vargas Llosa. O cuando Diana Conti la postuló para un gobierno eterno. Sin embargo, el bloqueo sobre los diarios se inscribe en una política orgánica de la que el oficialismo da pruebas incesantes.
Dos días antes de esta intervención sobre la distribución de periódicos, quien ejerce la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual -ex Comfer- participó en el Luna Park del acto de fundación del partido de Luis D’Elía. Al lado de Mariotto, estaba el representante del gobierno de Irán, al que la Argentina ha denunciado por el ataque terrorista contra la AMIA. Cristina Kirchner se hizo presente a través de un video en que les dio la bienvenida al “movimiento nacional y popular”.
Quienes recorrieron la Avenida de Mayo la semana pasada, se habrán encontrado con la cartelería que, desde otro rincón del oficialismo, se mandó pegar para vituperar a periodistas que suelen ejercer posiciones críticas: Mirtha Legrand, Mariano Grondona, Ernestina Herrera de Noble, Joaquín Morales Solá, Magdalena Ruiz Guiñazú y Samuel Gelblung (“Chiche”). El cargo es el de siempre: haber ejercido la profesión durante el gobierno militar. Es decir, mientras los doctores Kirchner ejecutaban hipotecas.
Días antes, enardecido porque se investigaran sus presuntas vinculaciones con la empresa Covelia S.A., Moyano declaró un paro contra el gobierno, acompañado del copamiento de los diarios que publiquen noticias inconvenientes para él y su familia. Cristina Kirchner, en emergencia, negoció a través de Julio De Vido una tregua. Pero ninguna voz oficial fue capaz de condenar la amenaza sobre la prensa. Al contrario, el ardid para salir del conflicto fue culpar a Clarín por involucrar a Moyano con las pesquisas de los suizos. Por supuesto, el sindicalista y su familia están mencionados en el exhorto.

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