domingo, 27 de marzo de 2011

La memoria sesgada

Por Domingo Schiavoni, de Diario Panorama.

El turismo reemplazó a la reflexión. El fin de semana largo enerva la autocrítica. Se trata de otro 24 de marzo pintoresco, como los que vienen proponiendo desde años el gobierno K. El título de película “Día de la Memoria” encubre como un artilugio ingenioso la imprescindible consideración de la red de complicidades cívicas y políticas que sostuvieron el golpe del 24 de marzo de 1976. Mientras los argentinos recordemos sólo la mitad de la historia, no habremos aprendido nada de ella.
La lloviznosa noche del 22 de marzo de 1976, Carlos Juárez, Juan Rodrigo y Antonio Cafiero convocaron de urgencia a su estudio jurídico de la calle Cerrito en Buenos Aires al entonces vicepresidente Ítalo Lúder para que forzara la renuncia de la presidenta Isabel Martínez y asumiera esa misma noche la Presidencia. Los veteranos políticos sabían que el golpe ya estaba planeado en sus más mínimos detalles y que lo que envenenaba a los comandantes en jefe era la falta de gobierno, la reticencia de Isabelita a implementar cambios y los preocupantes movimientos armamentísticos que había detectado la inteligencia militar. Me supo contar don Antonio Cafiero que la reunión duró como dos horas. Los interlocutores de Lúder se lo llegaron a rogar. El vicepresidente se mantuvo impertérrito e impermeable. “No voy a traicionar a la señora Presidenta”, dicen que dijo. En verdad no la traicionó a ella. Con su pusilanimidad traicionó al peronismo en su conjunto, del que paradójicamente en 1983 fue un tristemente perdidoso candidato presidencial. De eso no se habla. No es parte de la historia oficial. La memoria oficial no lo registra.
Apenas unas horas antes, a media tarde, el general Jorge Videla y el almirante Emilio Massera habían convocado al edificio Libertador a Ricardo Balbín, el presidente de la UCR, el partido más democrático de la Argentina. “El Chino” los primereó: “¿Van a hacerse cargo del poder? ¿Sí o no? Si lo hacen, háganlo pronto. Nosotros no vamos a obstruir”, cuenta un acompañante que dijo. De eso tampoco se habla. Tampoco es memoria rescatable.

Cansancio del pueblo

Y no lo es tampoco lo que cuentan los diarios de la época, que el 70 por ciento de la población urbana aprobaba el golpe, y que los militares ya una semana antes tenían armado el gabinete. Ya habían convocado a Martínez de Hoz y a Guillermo Walter Klein, ya contaban con el apoyo del Partido Comunista y del Partido Socialista. Ya tenían a Américo Ghioldi como consultor. Ya disponían de numerosos asesores del Partido Demócrata Progresista. Los únicos que clamaban al cielo, solos como Juan el Bautista en el desierto, eran los militantes del Partido Socialista de la Izquierda Nacional, que conducía Don Jorge Abelardo Ramos, advirtiendo que se venía un apocalipsis. Los trabajadores miraban para otro lado. La CGT, que ahora quiere un turno para gobernar, miraba el golpe en ciernes pero no se le movía un pelo. Tampoco se habla de ello. Es memoria ingrata. No conviene recordarla.
Desde las infames mazmorras donde están confinados con sevicia y crueldad inenarrable, los ancianos protagonistas del Proceso dicen con razón que ganaron la guerra pero que ahora gobiernan los que la perdieron, cuando ven a ministros guerrilleros, cuando ven que las leyes las adocenan en el Congreso los antiguos montoneros, que jamás hicieron una autocrítica o un mea culpa. Ya nadie se acuerda del ataque al cuartel de Azul, ni del pozo donde el coronel Larrabure perdió cuarenta kilos antes de morir en la más penosa de las caquexias. Tampoco nadie se acuerda del fusilamiento del general Pedro Eugenio Aramburu, ultimado de un tiro en la nunca por Fernando Abal Medina. Ni del sangriento asalto al comedor de la Superintendencia de la Policía Federal, cuyo autor intelectual, Horacio Verbitsky, es el principal asesor estratégico de la Presidenta y padrino político de la ministra de Seguridad, Nilda Garré.
La memoria oficial no los comprende. Es como si no hubieran existido hace 40 años. Y si existieron fueron héroes de la Patria. La horrenda violencia que ellos ejercieron no debe constar en los libros de historia. Es imprudente y hasta riesgoso que la aprendan los chicos. Fue una violencia liberadora. La otra, la del poder usurpado, esa sí fue una violencia de sicarios. Tampoco fueron asesinos los hijos de Hebe de Bonafini, la empresaria de la construcción más acaudalada dentro de los incondicionales de Cristina.
La Argentina está quebrada en dos. Como diría el general Pedernera en su diálogo íntimo con el general Lavalle, huyendo hacia Bolivia en 1841: “Ya no sabemos de quién es la Patria ni para quién luchamos”. Así como más de medio país apoyó el golpe de 1976, ahora medio país reclama que la justicia sea completa, que también se juzgue y se condene a los otros sicarios, a los ahijados del poder. Y que se termine de una buena vez la enfermiza e infame atrocidad que se aplica a los que replicaron, dentro de las leyes de una verdadera guerra a la violencia guerrillera, y a los que equívocamente se llama genocidas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mil felicitaciones a Mingo. Esa es una parte de la historia que muchos quieren ocultar, bajo la falacia del un falso progresismo. Se debe recordar igualmente las millonarias indemnziaciones que cobraron quienes se dicen victimas ( subersivos ) de un genocidio que ellos mismos iniciaron alzandose en armas, aun, contra el gobierno democratico de quien ahora recuerdan Juan D. Peron. Conocer la verdad historica no es privilegio de la derecha ni de izquierda, es más un deber de los argentinos informarnos adecuadamente de nuestro pasado, para vo volver a cometer los mismos errores. Realmente Mingo, tu pluma es privilegia y es un placer que escribas en un medio independiente y objetivo como lo es arena politica.

Eduardo dijo...

Leyendo este artículo no hago mas que confirmar que Arena Politica es hoy por hoy el medio de de información, análisis y opinión mas importante e independiente de la provincia. Sigan por este camino que no es nada fácil, pero ayuda y mucho a conocer la realidad que vivimos.