miércoles, 11 de noviembre de 2009

Rasgos de la “reforma política”



Por Luis Pico Estrada

Desde “Debate”, Luis Tonelli no renuncia al análisis y de paso a la ironía y el sarcasmo. Lejos de los tejedores infortunios de las páginas dominicales, Tonelli va hasta el hueso.

Por ejemplo: La reforma política. Mientras tanto, Cristina Fernández anunció con pompa, alegría e infaltable power point, un proyecto de reforma política realmente profundo que, si es aprobado, tendrá importantes consecuencias sobre el funcionamiento de nuestra democracia. El proyecto de ley tiene como objetivo fundamental terminar con la política mediática y con el poder de sus personajes.

El “que se vayan todos” fragmentó a los partidos, y lo nuevo en política apareció de la mano de aquéllos y aquéllas que daban bien en los medios, que -medida su popularidad- daban bien en las encuestas, y de allí pasaban a ser candidatos, marketing político mediante. El proyecto de reforma pone una serie de condiciones y requisitos que colocan nuevamente a los partidos como eje ordenador de la política, cosa en consonancia con la Constitución pero que, a la vez, despierta escaso entusiasmo, si no oposición, en el electorado.

La reforma viene a subsanar los gravísimos problemas de funcionamiento político de nuestra democracia, por lo menos a nivel nacional, pero puede hasta ser contraproducente para resolver la tan mentada crisis de representación, cuestión de que se deje de robar por un tiempo (aunque esto no vendría mal).

El proyecto de reforma apunta, así, contra la borocotización, la indisciplina partidaria, la irrelevancia de las opciones opositoras, las dificultades del proceso electoral ante la proliferación geométrica de los candidatos, etcétera, etcétera. Fragmentación que el kirchnerismo usufructuó y disfrutó pero que, de un tiempo a esta parte, ya le resultaba un recurso agotado frente al nivel de rechazo que despierta el gobierno en la opinión pública. En ese punto, el proyecto de ley favorece a los partidos tradicionales y fuerza a que los candidatos mediáticos (Elisa Carrió, Julio Cobos, Mauricio Macri, Francisco de Narváez) negocien de otra manera con los jefes de las organizaciones partidarias.

Claro que siempre quedan dudas importantes: en primer lugar, el oficialismo podrá hacer publicidad continua de sus actos de gobierno, ya que cuenta con la poderosa y no regulada billetera pública, cosa que no puede hacer la oposición (no tiene nada para mostrar salvo críticas, y menos aun tiene dinero).

Intentemos una síntesis: la ley es mejor que la anarquía actual electoral; limita sanamente el poder de los candidatos mediáticos y no queda claro que, definitivamente, le facilite las elecciones al kirchnerismo (puede unificar a la oposición de origen radical y dividir en dos al peronismo, ya que la “disidencia” puede, quizás, cumplir con los requisitos). Si hay algo que abunda en la historia de las elecciones son los “saltos al vacío” de reformas que terminaron perjudicando a sus impulsores, por caso, la Ley Sáenz Peña.

Así emerge un peculiar consenso entre gobierno y opositores: que estos dos años que vienen estarán signados por un creciente conflicto, en el que primará más que nunca una lógica de suma cero en la que todos irán por todo.

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