Por Ceferino Reato, editor Ejecutivo de la revista Fortuna.
En primer lugar, en las democracias contemporáneas las mayorías son circunstanciales; hay un voto ideológico, pero un porcentaje decisivo opta por razones prácticas, relacionadas por lo general con la situación económica. Eso permitió en España el retorno de los conservadores al gobierno.
El triunfo de Rajoy ha sido tan contundente como el de Cristina: ambos controlarán el Parlamento, pero no tendrán un cheque en blanco en la medida en que las mayorías se han vuelto tan volátiles que hay que cuidarlas día tras día.
En segundo lugar, la crisis financiera europea fue decisiva en la derrota del socialismo español; ahora, el gobierno pasará a los conservadores, como ya sucedió en otros países de Europa. La derecha o el centro derecha parecen más aptos que las fuerzas de izquierda para aplicar los ajustes y generar un clima de confianza para las fuerzas del mercado.
La característica de la Argentina es que el peronismo ocupa el centro de la escena política; mientras la oposición aún lame sus heridas, el poroso movimiento fundado por el general Juan Perón abarca a sectores de derecha, de centro y de izquierda.
De allí que el ajuste, que el gobierno se preocupa en maquillar con un relato creativo y por ahora bastante eficaz, sea protagonizado por el peronismo en su versión kirchnerista, que, por ejemplo, recorta los subsidios al agua, la electricidad y el gas que con otros argumentos había implementado años atrás.
Mientras en España muchos votantes cambiaron el voto y eligieron a los conservadores para que hagan el ajuste, en la Argentina el apretón recae en la misma fuerza que expandió el gasto público a niveles record. Se presume que en España la oposición a los severos recortes de Rajoy provendrá del socialismo luego de que este partido se tome unos meses para realizar una autocrítica, renovar sus autoridades y rearmar su discurso.
En nuestro país, la oposición a los recortes de Cristina proviene del interior del peronismo, como no podía ser de otra manera. Se trata del sindicalismo encolumnado detrás de Hugo Moyano, el secretario general de la CGT, quien hasta hace poco tiempo fue el principal sostén del Gobierno, como bien explica Rosendo Fraga en su columna.
A diferencia de Néstor Kirchner, Cristina nunca se sintió cómoda con Moyano al frente de la CGT. En este caso, los enojos personales potencian los ajustes que dictan la crisis internacional y los gastos excesivos del gobierno.
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