Por Pilar Rahola
En mi agenda vital no tengo cita con Dios, quizás porqué amo mis dudas y mis miedos, pero en casa montamos un magnífico pesebre. Y, por supuesto, mis hijos, educados en una escuela laica, enraizada en la tradición del gran pedagogo Pere Vergés, conocen el simbolismo católico. Cantan villancicos, se divierten preparando los Pastorets, y saben que Montserrat es, para una mayoría de los catalanes, una montaña de intenso contenido sacro.
La nadala del Rabadà, cantada por los niños, es un momento álgido de nuestra Navidad familiar, que celebramos con dedicación. Nuestro comedor de casa convive, pues, en sana armonía entre una educación laica y una tradición católica, lo que somos y de donde venimos, y en la suma de la identidad milenaria que nos acoge, y los valores modernos que nos atañen, está la ecuación que nos define: laicos de cultura católica. Por supuesto, forma parte de esos valores respetar otras religiones y culturas. Pero hay una enorme diferencia entre dejarse seducir por mundos nuevos, y no saber de qué mundo venimos. Y si Catalunya tiene mil años, su tradición católica los acompaña.
Todo esto que he escrito no parece suficiente para algunos comisarios de la tontuna políticamente correcta. La nueva religión, impuesta a golpes de una alarmante empanada ideológica, quiere borrar de un plumazo la tradición de siglos e imponer un libro de estilo, cuyos parámetros no son ni históricos, ni identitarios, sino estrictamente ideológicos. Tenemos que ser multiculturales por decreto, no fuera caso que millones de personas vinculadas a una historia de siglos molestaran a los ciudadanos que vienen de fuera.
¿Que somos culturalmente católicos? Pues a borrarlo del mapa, para ser un poco musulmanes, judíos, budistas o seguidores de la bruja Lola y así, no siendo nada, somos de todo el mundo. La Arcadia feliz, en versión pijoprogre. O lo que es lo mismo, la desnaturalización de una cultura, por la vía de la imposición política. El último ejemplo de esta tendencia a capar nuestra identidad cultural lo ha protagonizado el Consell Escolar de Catalunya, que acaba de aprobar una propuesta para cambiar el nombre de las vacaciones de Semana Santa y Navidad, por las de invierno y primavera. Para ir haciendo boca, algunas escuelas públicas ya han eliminado los pesebres y Els pastorets, y no sé si hacen el Ramadán para acabar de ser solidarios.
En fin, he escrito a menudo que me preocupa el relativismo ético de nuestra sociedad. Y así es. Pero no sé si me preocupa aún más la tontuna ideológica. Porque entre los que "tanto me da", y los que me da tanto, que saco las tijeras, capo la cultura de siglos e impongo un paternalismo estúpido, vamos mal por ambos lados. Del tantsemfotisme, al pijoprogresismo, la pregunta es quién resulta más peligroso para una sociedad. Y la respuesta es fácil: ambos son igual de letales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario