miércoles, 27 de enero de 2010

Cris...Cris...Cristina


Rogelio Alaniz

El problema de la Presidente es que no cree y no sabe. No cree en las banderas que reivindica y no sabe aquello que un jefe de Estado no puede dejar de saber. Esa ignorancia, agravada por una soberbia que me animaría a calificar de ingenua, explica sus errores y torpezas.
A su manera, es inocente. Su inocencia, en este caso, se confunde con la torpeza y, curiosamente, todo ello opera como una suerte de sinceramiento, de revelación de la verdad por el camino menos previsto. El problema de Cristina -uno de sus problemas-, es el lenguaje. Ella supone que lo controla, y en realidad es prisionera de él. No hay por qué sorprenderse. A nadie se le puede reclamar que sea cuidadoso con el lenguaje en temas que ignora, no entiende y, en más de un caso, no le importan o los desprecia.
Hace unos meses la señora construyó una metáfora entre los desaparecidos y el fútbol. Es libre de hacerlo. Del mismo modo que yo soy libre de decir que lo suyo es una falta de respeto a los desaparecidos, evaluación que me permito hacer de comedido porque quien debería hacerlo, Hebe de Bonafini, no la realiza porque está muy bien rentada por quienes practican esas abominables licencias verbales con la memoria de los desaparecidos.
Para que nadie suponga que la Presidente cometió un desliz, un error tolerable en quien, como le dijera un niño, vive en la televisión, esta semana dijo que si fuera un genio haría desaparecer a personas que la molestan.
Lo que se dice, un rasgo de humor británico. Desde la más alta magistratura de la Nación se recurre alegremente a la palabra “desaparecer” para hacer un chiste, una broma. El episodio ocurre además en la Biblioteca Nacional. Todo un símbolo, no sólo por el lugar sino también por la investidura de quien improvisa tan delicada ocurrencia.
Para tener una idea aproximada de la dimensión de las palabras, pensemos por un momento qué habría pasado en la Argentina si palabras parecidas hubieran sido empleadas por Cobos, Carrió, Macri o algún dirigente opositor. A esta altura no sólo se habrían producido movilizaciones y escraches, sino denuncias en la Justicia y en los organismos internacionales pidiendo la destitución, cuando no la cárcel, para quien de manera tan irrespetuosa y siniestra se hubiese burlado de la memoria de los desaparecidos.
Seamos sinceros. El sentido de humor de la señora es menos cero. Basta con escucharla hablar, basta con prestar atención a sus expresiones, incluso a sus abundantes y visibles rictus, para resignarse a aceptar que no es el humor el que le dicta las frases sino su ideología o aquellas íntimas y profundas convicciones que ni siquiera la hipocresía y la especulación política pueden llegar a disimular.
Decía que la Presidente no cree pero tampoco sabe. Supone que hablar sin papel es un paradigma de cultura cuando ya sabemos que cualquier charlatán de feria, y cualquier idiota, puede dominar el arte de pronunciar palabras cargadas “de sonidos y de furias”. La sabiduría política de la Presidente pertenece a la cultura del maquillaje. Si con pinturas, afeites y tratamientos faciales pretende derrotar el irrevocable paso del tiempo, a través de una oratoria cargada de lugares comunes, significados insignificantes, construcciones monumentales de la obviedad, intenta tapar un abismo profundo y oscuro de ignorancia. Ocurre que la ostentación es siempre vulgar y mentirosa. La ostentación de ropas caras y la ostentación de ideas pretenciosas mal expresadas y peor formuladas suele ser el recurso de los tramposos, los déspotas y, muchas veces, de los tontos o las tontas.
Insisto, la presidente no sabe y no cree. No sabe, porque lo suyo no es la ausencia de lecturas importantes, sino la ausencia de sabiduría, esa sabiduría o esa grandeza que debe estar presente en todo estadista. Y no cree, porque en política se cree en grandes causas o no se cree en nada. Y ella, a lo sumo, cree en su mezquino destino personal. O en la generosa cuenta corriente de su marido.
“Llegará lejos porque cree en lo que dice” dicen que dijo el conde de Mirabeau cuando lo escuchó hablar por primera vez a Maximiliano Robespierre. Como en la Argentina, el populismo ha invertido todo, la sentencia se aplica al revés. Los Kirchner llegaron lejos sin creer en lo que dicen. No es la primera vez que ocurre. Menem también llegó lejos. Y Lastiri, Isabel y López Rega, más lejos aún.

No hay comentarios: