En la pelea contra los medios, contra Redrado, Cobos, el campo, la oposición, en fin, contra todos los argentinos, a los Khitler les importa un bledo los índices alarmantes de pobreza, indigencia, desocupación, inflación, mortalidad infantil y ahora, las sentencias judiciales. Lo que para ellos y su tropa khitlerianas se reduce a porcentajes y comparaciones, para los pobres se trata de vida o muerte.
No podrán sobrevivir con un gobierno que se llena la boca con la palabra solidaridad pero que nada hace para luchar en contra de la pobreza, de la indigencia. Los Khitler despilfarran millones de pesos en los oropeles de la política barata y dejan otro tanto en los bolsillos de los pillotendentes, ladronadores, legisladrones y cuantos ones hay en el gobierno. Para los pobres e indigentes, que son millones, el hambre y las necesidades constituyen amenazas de muerte real. Los desvalidos carecen de voz y su presencia no cuenta hoy.
Solo se acuerdan en las lides electorales. En un polo están nuestros Fuhrers y sus idolatras, y en el otro, los miserables que nunca dejarán de estorbar y con los que ni siquiera pueden jugar al juego perverso de las igualdades cuando besan y abrazan a los niños pobres para las fotos de la democracia o para que hablar en tiempos electorales.
Los sujetos de la miseria pertenecen al grupo de los sujetos anónimos que ni siquiera son candidatos a los vales de la ignominia pues, por falta de identificación, no aparecen como ciudadanos. Acaso la única tarjeta de identidad sea su mugre, su analfabetismo y esa anemia crónica que los delata. Mujeres y niños del desamparo social deambulan por las calles de nuestras ciudades en forma de cuerpos que hurgan las basuras de los otros en pos de un mendrugo de pan, de una fruta a medio dañar, de cualquier cosa que sirva para engañar al hambre que carcome la existencia.
La miseria crece al mismo ritmo que la corrupción. Ahí nos encontramos en los primeros lugares como si se tratase de una justa olímpica en la que nos llevan, al paso que vamos, a conseguir la medalla de oro. Luchan enconadamente para que la corrupción sea de todos.
No se trata tan solo del robo de los bienes públicos, sino también de su mala utilización, de la no transparencia en adquisiciones y contratos, del silencio cómplice de las autoridades, de la ineficacia de la justicia en algunos casos y de limpiarse el trasero con sus sentencia en otro.
Los sistemas de control, todos manejados por comandantes de las KK, hacen la vista gorda ante las irregularidades que se cometen, ante la corrupción de la palabra dada y no cumplida, de los ofrecimientos vacíos, de las normas violentadas según el antojo del los Fuhrers.
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