lunes, 15 de agosto de 2011

Norte de Santiago: un camino signado por la droga y el descuido

Por La Gaceta, de San Miguel de Tucumán.
Avionetas y vehículos con gente extraña rondan la zona, que introducen drogas desde Santiago del Estero a Tucumán.
La Ilusión, El Porvenir, Nueva Esperanza, La Firmeza, La Promesa. Suena a casualidad al leer los carteles con esos nombres de los parajes del norte santiagueño. Todos coinciden con el sentimiento de sus pobladores: el sueño de poder crecer algún día. A la pobreza, a la falta de futuro y de trabajo se sumó en los últimos tiempos otra preocupación: haber quedado en medio de una ruta de la droga, tanto aérea como terrestre. Y es precisamente esta zona la que se ha convertido en una de las principales vías de ingreso de sustancias ilegales desde el noreste a Tucumán.
Es invierno. Pero en la piel el calor se siente como si fuera verano. Lo confirma el termómetro: 38 grados cocinan el mediodía del jueves. En estos poblados, pertenecientes a los departamentos de Pellegrini y de Copo, rara vez llueve agua por estos días. Los vecinos hacen la aclaración “agua” porque en la zona han visto llover varias cosas que nada tienen que ver con líquidos. Son paquetes que caen del cielo y desaparecen en el monte, detallan.
Ese monte santiagueño cuenta con la geografía ideal para el narcotráfico, reconocen los vecinos. Y lo admiten algunas autoridades. No hay nada ni nadie, no se ven controles y los destacamentos policiales no están siempre abiertos. La hipótesis que se escucha una y otra vez es esta: los narcoaviones aterrizan casi en el límite con Chaco, cerca de Monte Quemado, departamento de Copo. Y desde allí los cargamentos comienzan a distribuirse. Hacia el noroeste los dealers prefieren los caminos de tierra (algunas son sólo huellas) del departamento de Pellegrini.
Sobre la base de esa teoría iniciamos el recorrido por ese camino que une la última localidad tucumana, 7 de Abril, con Monte Quemado. Sólo atravesamos un control policial, en el que nos preguntaron hacia dónde íbamos. Nada más. Pasando por Nueva Esperanza hasta el paraje de Santo Domingo el viaje no tuvo sobresaltos. De ahí en más fue una larga odisea. No cualquier vehículo puede ir por ese camino sin correr riesgos de quedarse atrapado por el colchón de tierra seca y floja que se forma.

Interminable y desolado

Excelente trabajo periodístico de La Gaceta de Tucumán, siguiendo la vía que usan los narcos, en Santiago del Estero. (Foto de José Inesta).
El circuito, ladeado por kilómetros y kilómetros de vegetación, parece interminable. Los senderos al costado del camino despiertan sospechas. Se bifurcan, se cruzan, se pierden en el follaje. Después aparecen chanchos, cabritos, y los ranchos olvidados en medio de la nada. Troncos de quebracho por el piso y varios parajes acompañan el paisaje.
Los lugareños miran de costado, con una mezcla de curiosidad y desconfianza. El silencio se interpone. Muchos tienen miedo e incluso se atreven a decir “no pasa nada”. Algunos, con sus voces pausadas y alargadas, y ese tono santiagueño que se pega con sus “eses”, se animan a hablar. “Es común verlas sobrevolar los montes. Son avionetas blancas y tienen rayas rojas. Vuelan muy bajito”, cuenta Julio Vega, y señala escasos metros de altura.
“Algunos dicen que están fumigando, pero no es época para esto. Es obvio que en algo andan. Pasan a la siesta, cerca de las zonas en las que el monte no está tan alto”, detalla el vecino de Santo Domingo. Él fue testigo de la persecución que inició Gendarmería la semana pasada a una nave que trasladaba droga y que terminó aterrizando a unos 300 km de allí, en Campo Gallo.
Julio tiene las manos grandes, agrietadas por el paso del tiempo y por el trabajo. Vive de lo que vive la mayoría en casi todo el sector norte de Santiago del Estero: la leña, los postes y el carbón. La pobreza los golpea muy fuerte, por eso muchos deben abandonar la familia y trabajar como obreros golondrinas en las cosechas de otras provincias durante algunos meses.
El rancho que Julio comparte con su familia es parecido a todos los que dibujan la zona. Son muy precarios, pero no les falta el aire acondicionado y la antena de TV satelital. En el departamento hay unos 7.000 habitantes; muy dispersos en cientos de kilómetros. Sólo hay escuelas primarias y muy pocos servicios.
A pocos minutos de Santo Domingo, en otro poblado, San José del Boquerón, Luis (prefiere no dar su apellido) camina sobre la tierra dura y el viento lo envuelve en una gigantesca nube de polvo. Parece habituado; ni siquiera se le cierran los ojos. También habla de lo que todos comentan: los “narcoaviones”. “Se los ve pasar a menudo. Sobrevuelan los campos como buscando algo”, describe. “¿El último que vi? Hará hace ocho días, eran dos avionetas. Nos sorprendimos, al igual que siempre nos llama la atención la cantidad de camionetas 4X4 que pasan por aquí”, comenta.
No sólo se inquietan los pobladores. Muchos tienen temor. “Vaya a saber quién anda por aquí, si es gente mala”, dice tímidamente Sonia Palmas. Como ella, que tiene tres hijos, hay muchas mamás preocupadas. Creen que en esta historia de ser “zona de paso de drogas” los más perjudicados son los jóvenes. Saben que cuando hay chicos sin futuro, sin actividades recreativas y con mucho tiempo libre, las adicciones pueden hacer estragos.
El sol comienza a esconderse. Van quedando atrás los parajes olvidados. Antes de llegar a la ruta que atraviesa Monte Quemado, en la casilla que Roberto y Luisa comparten sigue la ronda de mates. Tienen un ritmo de vida pausado. Pero saben que algo ha comenzado a quebrarles la tranquilidad: gente extraña que circula en camionetas y aviones (a veces perseguidos por helicópteros). Sólo conocen rumores sobre el narcotráfico en la zona. Pero no dudan: “por acá algo raro anda pasando”.

Siempre vemos avionetas

Juan Salazar, 72 años (Vive en una finca en el paraje “La Ilusión”).
“Cuando vi avionetas sobrevolar por aquí pensé que eran empresarios que venían a apoderarse de las tierras. Me di cuenta de que había algo raro cuando pasaron casi rozando los árboles. Uno ve pasar avionetas todo el tiempo, pero no sabe qué llevan. La gente comenta que hay pistas de aterrizaje en Monte Quemado. El tema nos preocupa a todos los vecinos. Creo que deberían hacer más controles”.

Hacen falta más controles

Sonia Palmas, 30 años (Vecina de Santo Domingo).
“No se cada cuántas, pero sí se ven pasar avionetas por aquí. Esto nunca pasaba; es raro. Nací hace 30 años y es algo nuevo. Tengo miedo, uno tiene hijos. Se sabe que están repartiendo drogas y me da miedo porque pienso que cualquiera de nuestros chicos puede empezar a consumir. Jamás pasamos por algo así. Además, hacen faltan más controles por estos pueblos. La verdad, la policía no hace nada”.

Buscan lugares descampados

Juan González, 26 años (Vecino de Campo Gallo).
“Hemos escuchado mucho sobre pistas clandestinas. A mí no me sorprende lo que pasó el otro día con la avioneta que interceptaron. Hace un tiempo, por aquí cerca, en medio del monte encontraron a un avión aterrizando y le secuestraron marihuana. También se comentaba que los narcos buscan lugares descampados para ingresar las drogas. Deberían controlar más para ver si es cierto o no todo lo que se habla”.

En San José del Boquerón, los vecinos no dudan que la zona desolada favorece al contrabando de drogas.

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