jueves, 22 de septiembre de 2011

La importancia de lo que no importa

Por Sergio Sinay.
Mientras viajaba, hace unos días, leía un pequeño y apasionante libro de James Rachels, pensador humanista que murió en 2003, a los 62 años. Introducción a la filosofía moral es el título, y me capturó especialmente el capítulo referido al relativismo moral y cultural. El relativismo, demuestra Rachels, crea falacias porque saca conclusiones que no derivan de los planteos que propone. El relativismo anula el pensamiento crítico, porque si todo es relativo o todo es según como se mire, nada puede cuestionarse. No hay verdades. Decir que una sociedad “progresa”, dice Rachels, no significa nada si no se aclara el criterio de progreso. Antes hay que preguntarse cuáles son los valores de esa sociedad y si vive de acuerdo con ellos.
Según el “relato” oficial (¿o habría que llamarlo falacia?) la sociedad argentina progresa como nunca. ¿Para qué tocar nada si a mí me va bien?, piensa, a su vez, una masa crítica de esta sociedad. Si a mí me va bien que haya corrupción no importa. Que la inseguridad sea hija de esa corrupción, tampoco. O que la calidad educativa se derrumbe por la misma causa, tampoco. Ni que tengamos índices de mortalidad infantil vergonzantes, un sistema de salud inexistente y trenes que viajan de tragedia en tragedia por negligencia y corrupción. No importa que el sistema energético esté a punto de colapsar o que el poder judicial sea una sucursal del ejecutivo. Tampoco los indisimulados sueños absolutistas. ¿Si nada de eso importa, cuáles son los valores que esta sociedad comparte? ¿No es tiempo de parar un segundo con el consumo y responder a esta pregunta? Somos seres morales, explica Rachels, cuando tenemos en cuenta a todos los que podrían ser afectados por lo que hacemos, sin importarnos si los conocemos o no y si nuestra conducta tendrá efectos hoy o en el futuro.
El déficit moral de esta sociedad es serio y sólo podrá empezar a repararse cuando todo eso que hoy no importa empiece a importar. Cuando la mirada reconozca al prójimo y cuando el propio ombligo deje de ser el centro del universo. No hay moral posible, como dice Rachels, cuando el propio interés se antepone al del conjunto, y cuando el egoísmo y la arrogancia pueden más que la ética.

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