Por Eduardo José Maidana.
Hace quizás una década y algo más Juan Pablo II denunció que el impresionante sobre giro financiero superaba por lejos el respaldo de una riqueza real, por lo que el estallido de una crisis era inevitable. De países y de bancos. En esa realidad virtual con la ayuda de la cibernética nos hemos metido todos viviendo “como si fuera…” en un “hagamos de cuenta que…”, librando cheques sin fondos, emitiendo moneda con dudoso respaldo y fomentando el delirio del consumismo irresponsable. La crisis de Moscú que derrumbó el muro de Berlín y ésta, la de Nueva York que derribó bolsas y estraga gobiernos ¿guardan analogías?, creo que sí, y en ese caso coincido con quienes sostienen que ayer uno y hoy el otro al vaciarse de sustento ético-moral han rifado su propia legitimidad. Explotaron desde adentro al agotarse la tramoya de engaños mediáticos del gobierno con relatos ficcionales de tan increíbles.
Carlos March en “El kirchnerismo, inconsciente colectivo” (La Nación, 16.XI.2011) hace pie en la avaricia cuando dice: “Los insaciables se construyen solos y cuando ya nada les alcanza para saciar su avidez, también solos superan el síndrome de abstinencia devorándose a sí mismos. Pero no se sienten suicidas sino mesías. Poseen la certeza de que devorando al hombre alimentan el mito”. Que esto tenga lindes sicóticos explica la ausencia del sentimiento de culpa, en El Liberal de hace unos días.
El marxismo desde el PC soviético montó un imperio con el favor de los aliados en la guerra 1939/1945 que le regalaron media Europea. Su dirigencia corrupta enfermó de la avidez de poder y de la avaricia de dinero; y el capitalismo en su avaricia de dinero y su avidez de poder se corrompió de igual modo. Perdieron la legitimidad moral que les daba luchar por la igualdad a uno y por la libertad de crear al otro, y a dúo nos tienen en la peor de las crisis por la inhumanidad que nos deshumaniza.
José Nun en “El mundo, en una crisis inédita” (La Nación, 24.XI.2011) dice que el valor de “los indignados” es 1) dar patencia a ese valor ético-moral perdido; 2) mundializar la magnitud del desastre; y 3) reclamar una salida. Y destaca que en Estados Unidos las concentraciones no fueron frente al Congreso de la Nación cuya imagen positiva no llega al 12%, dice, sino en Wall Street la capital financiera con lo que se opondrían “más bien a la avidez financiera que al capitalismo como tal”.
En Estados Unidos las concentraciones son reprimidas, lo que a primera vista parece entendible: es el Moscú del dinero; menos lógico resulta que China con 500 millones de usuarios de las redes (la mayor comunidad online del planeta) prohibiera “primero toda información sobre “la primavera árabe” y ahora ordenado “que desaparezca de sus redes sociales cualquiera referencia a los OWS” (Ocupas Wall Street).
Nun está de acuerdo con los que ven similitudes con el período que precedió a la Gran Guerra. “Después de todo Alemania o Francia, dice, inundaron a países mencionados (en situaciones terminales) de préstamos pero también de armas”. No teme desastres ecuménicos sino guerras focalizadas. En 1914/18 terminó una era de cien años. ¿Y ahora? Nadie sabe. Sólo que no hay espacio para la frivolidad que nos rodea y envuelve.
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