Por Pilar Rahola.
“La cita se planteaba como un coloquio pero terminó en pelea”, empieza el artículo de El Faro de Vigo. Y a partir de aquí, el relato clásico de la violencia intolerante, con puñetazos incluidos, para impedir el derecho a la palabra. Personalmente me repugnan estos jóvenes bárbaros que, en nombre de la libertad, pisotean la palabra de los otros. He escrito a favor de todos los que no han podido hacer un acto en la universidad, incluso cuando sus planteamientos estaban a mis antípodas, porque si la universidad es el templo de la inteligencia, los bárbaros son su negación, y sin debate ni inteligencia no hay civilización.“Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente”, decía el verbo violento de Lerroux, y a saco entran estos jóvenes de Vigo en nombre de cualquier extremo, sea del extremo derecho o el izquierdo, que tanto monta en la gramática de la intolerancia. No son libertadores, son opresores. No son demócratas, son intolerantes. No quieren saber, quieren imponer.
Esta vez le tocó, ¡cómo no!, a Lior Haiat, un israelí que participaba en el coloquio “25 años de relaciones diplomáticas España-Israel”, organizado por la buena gente de la Asociación Galicia-Israel. Por supuesto, los gurús de la izquierda más enloquecida se pusieron histéricos y pidieron el boicot. Es de nota leer algunos de los comentarios que enviaron a sus colegas, conspicuos catedráticos cuya cátedra lo debe ser de periodismo pravdiano. Ciertamente la universidad es el refugio de muchas cosas buenas, pero también de algunos viejos estalinistas que han perdido todas las batallas pero que continúan en sus cátedras apolilladas intentando comer el tarro a los jóvenes. Y estos fueron los que calentaron el ambiente. El resto fue fácil, quince bárbaros gritando su intolerancia, violencia a doquier, un rector que se lo hizo en las patas y no llamó a la policía -como sí hizo el decano de Periodismo, Xosé Pereira Fariña, que no permitió que se boicoteara la charla en la Universidad de Santiago- y un debate sobre un conflicto caliente que no se pudo realizar porque algunos prefieren que una dialéctica inteligente no les fastidie la imposición de sus prejuicios.
Xavier Rius, en su libro Contra la Barcelona progre, relata con precisión la decadencia de esta izquierda dogmática que, en casos como el relatado, se convierte en puro barriobajerismo. ¿Se imaginan qué habrían dicho estos mismos si un grupo de extrema derecha hubiera boicoteado la charla de un comunista, o de un palestino, o de un gaitero? Hubieran montado la de San Quintín, apelando a la libertad de expresión y bla, bla, sin saber que ellos son la otra cara de la moneda. No los unifica lo que dicen, pero los unifica su gusto por la violencia, su intolerancia y su miedo a la palabra. En el fondo odian la libertad. Por eso la usan como bandera cuando quieren pisotearla.
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