lunes, 18 de enero de 2010

Las grandes batallas de los Kirchner


Rogelio Alaniz

Si lo que ha dicho la Presidente es cierto, es decir, que estamos sometidos a una la conspiración de usureros internacionales, la banca yanqui, los funcionarios del Banco Central, los jueces, los políticos opositores y, por supuesto, el grupo Clarín, el mejor consejo que se le podría dar es que se rinda porque nadie, ni siquiera Mandrake el Mago, puede pelear contra tantos enemigos juntos.
Algo parecido le aconsejé al general Nicolaides hace casi treinta años cuando dijo que la guerra que libraban las Fuerzas Armadas era contra el comunismo, la social democracia, el liberalismo, los judíos y los griegos presocráticos. No sé si Nicolaides me hizo caso; tampoco sé si Cristina me escuchará. Admito, de todos modos, que luchar contra tantos enemigos debe ser agotador.
La vocación de los Kirchner para librar batallas perdidas es proverbial. Algo parecido hicieron hace un año y medio contra el campo y una experiencia semejante intentaron llevar adelante en los comicios del pasado 28 de junio. En todos los casos fueron derrotados. A esa vocación por la derrota, los muchachos de Carta Abierta la califican de pasión liberadora. La línea argumentativa es siempre la misma: los malos son los otros, los opositores, los banqueros, la oligarquía y todos aquellos que ejercen lo que señalan como “pasión destituyente”.
A decir verdad, lo que los Kirchner han reflotado es el tradicional discurso peronista contra la sinarquía internacional adecuado al siglo XXI. Los argumentos serían graciosos si los Kirchner no los tomaran tan en serio. Quienes han forzado a las instituciones al límite hablan de pasión destituyente; quienes conciben al poder como el lugar donde se puede hacer lo que se les da la gana se quejan de que no los dejan gobernar, quienes invocan la luchas contra la pobreza como fundamento de todas sus medidas de gobierno, son quienes exhiben el notable récord de haber acumulado la fortuna más grande de que se tenga memoria en un país cada día más desigual.
En diferentes ocasiones la señora Cristina se ha quejado de que no la dejan hablar y que es víctima de una suerte de fusilamiento mediático. Todos conocemos la fábula del rey desnudo. Mientras la corte hacía silencio o ponderaba las ricas vestimentas del monarca un niño pronunció la frase lapidaria: “El rey está desnudo”.
Algo parecido le sucedió a nuestra presidente esta semana. En una de sus habitualísimas visitas a los barrios para inaugurar un buzón o una canilla, un niño se le acercó y le preguntó si trabajaba en la televisión. No sé si los chicos tienen fantasía, imaginación o visiones poéticas, lo que sé es que por estar liberados de las presiones ideológicas suelen ver la obvia realidad con ojos más limpios. Fue un chico el que le dijo al rey que estaba desnudo porque efectivamente lo estaba por más que la corte se esforzaba en disimularlo para poder seguir siendo corte. También fue un niño, un niño de barrio, el que le preguntó a la presidente si trabajaba en la televisión, pregunta que se le ocurriría a cualquiera que ve a una persona instalada en la pantalla desde la mañana a la noche.
Se dice que la señora Cristina trató de no perder el sentido del humor y aprovechó la ocasión para recordar que en la televisión hay mucha gente que no trabaja. El palo, por supuesto, no estaba dirigido al chico, sino a los periodistas, otra obsesión que a esta altura del partido está visto que ha renunciado a corregir.
No conforme con las proezas en tiempo presente, la señora también se metió con la historia. El destinatario de sus sesudas reflexiones fue el diputado de PRO, Federico Pinedo. La buena educación enseña que no se puede hacer responsable al hijo o al nieto por los hechos del padre o el abuelo. Mucho menos si se dice ser progresista En el siglo veinte, los únicos que llevaron a la práctica el principio sanguíneo de responsabilidad fueron los nazis y los comunistas. Nobleza obliga, debo reconocer que la presidente no ha llegado a tanto, pero admitamos que cuando la señora se precipita a excursionar en el campo de las ideas no tiene límites.
Pinedo no es responsable por lo que hizo su abuelo, por más que lleve su mismo nombre y apellido, del mismo modo que Kirchner no es responsable de que su abuelo haya sido usurero y que, casualmente, hace más de setenta años haya mantenido una diferencia con Pinedo porque el nono Kirchner se oponía a la única medida progresista de los conservadores de entonces: el impuesto a los réditos.
De todos modos, en homenaje a la historia, hay que decir que Pinedo fue el que diseñó el Banco Central, fundamentalmente diseñó la estrategia económica y financiera que le permitió a la Argentina salir de la crisis capitalista mundial más grande de la historia pagando costos moderados.

No hay comentarios: