jueves, 24 de marzo de 2011

¡Perdón y gracias, Plácido!

Editorial de La Nación, de Buenos Aires.
Ni la buena voluntad del tenor español logró que el Teatro Colón dejara de ser un campo de batalla entre gremios y autoridades.
Mucho tiempo esperó Plácido Domingo para volver a cantar en la Argentina y en el Teatro Colón. Esos años de espera hubieran valido doblemente la pena -para festejar sus 70 años recién cumplidos y para ver con sus propios ojos la maravilla de restauración que alcanzó nuestro primer coliseo- si no fuera porque, una vez más, los argentinos no podemos dejar de reincidir en nuestros antiguos pecados, el de desunión en primer lugar.
Por ello, sólo cabe agradecer a ese gran artista reconocido mundialmente que es Plácido Domingo por haber tenido la grandeza de intentar acercar partes aparentemente irreconciliables. Quizá todos teníamos la esperanza de que lo que no pudieron lograr ni Marta Argerich ni Daniel Barenboim lo obtuviera este admirable cantante de ópera que es también director de orquesta y director de teatro, por lo que, como él mismo dijo en una primera conferencia de prensa en el país, entiende "los problemas desde todos los puntos de vista".
Sin embargo, no se puede mediar entre partes cuando hay poca o ninguna voluntad de negociación de los interesados. Por ejemplo, cuando los empleados del Colón agremiados en la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) informaron que no impedirían la realización del concierto ni de la orquesta contratada pero que no participarían de él, porque se trataba de "un evento privado" y por lo tanto no tenían obligación de actuar. Lo harán, finalmente, mañana en la presentación que el tenor español hará al aire libre en el Obelisco, ante 22.000 espectadores.
Lamentablemente, este episodio que les ha tocado vivir a Plácido Domingo y a su público es sólo uno más en una larga cadena de sinsentidos, uno más grave que el otro, que se viene arrastrando en el tiempo, de gobierno en gobierno porteño, y que amenaza con destruirlo todo, empezando por la temporada 2011.
Efectivamente, como se conoció días atrás, El gran macabro , la ópera del húngaro György Ligeti que se estrenará el 29, no contará con el aporte de la Orquesta Estable y, en su reemplazo, se ha pensado en una reducción para dos pianos y percusión, una solución de apuro destinada más que nada a que se aprecie la espectacular puesta en escena de la Fura dels Baus con música de fondo.
Por razones parecidas es que el director artístico del Colón, Pedro Pablo García Caffi ha decidido levantar la venta de abonos y conservar las titularidades para la próxima temporada 2012, una solución que fue bien recibida por la mayoría de los abonados, que esperan de esta forma no verse defraudados como en la temporada 2010, cuando fueron los rehenes de turno (ellos y los artistas) de las peleas entre sindicalistas y autoridades del teatro.
Aunque hubiera venido de la mano de un artista inimitable como Plácido Domingo, la solución hubiera sido de todas maneras provisoria. Lo que ya no podrá borrarse más es la patética imagen de un país que necesitó recurrir a la nobleza y la bondad de este artista para poder compartir su arte en paz y en libertad. Porque una vez más el Teatro Colón fue el campo de batalla donde se dirimieron y se seguirán dirimiendo intereses muy alejados de la música y de la ópera que esta bellísima sala simboliza para todos en el resto del mundo.

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