Por Ricardo Trotti
Recuerdo que cuando trabajaba en El Liberal de Santiago del Estero, algo me molestaba sobremanera y a lo que nunca pude adaptarme en esa provincia argentina, es que la agenda pública diaria siempre giraba en torno a la misma persona: el populista gobernador peronista Carlos Juárez.
No había tema económico, social, político que no pasara sin mencionarse la posición omnipresente de este hombre. Mala, buena o regular opinión daba lo mismo, porque todos hablaban de lo que pensaba Juárez o de lo que opinaba y criticaba.
Los populistas se las arreglan para estar siempre presentes en cada acto y pensamiento de las personas. Todo debe girar alrededor de ellos. Opinan de todo y para todo tienen una opinión, así sea alabando al terrorista venezolano 'El Chacal' como Hugo Chávez, despotricando contra el informe sobre corrupción elaborado por Transparencia Internacional, como Rafael Correa, o a favor de una ley que obliga a los argentinos a someterse a análisis de ADN, como la presidenta Cristina de Kirchner, en una batalla entre la verdad sobre los crímenes de militares durante la guerra sucia y el derecho a la protección de la intimidad.
Los populistas son esos y se desviven por resistir al paso del tiempo, como Manuel Zelaya que buscaba la reelección a través de una reforma constitucional que no pudo lograr, y la que desesperadamente está buscando el presidente Daniel Ortega, haciendo contramarchas con sus partidarios para neutralizar los efectos de otras marchas -como la del sábado pasado en Managua- convocada por la oposición en una expresa declaración anti reeleccionista.
Todos hablamos de estos personajes y a ellos les encanta. Su narcisismo es agobiante. Periodistas y medios deberíamos procurar un "apagón informativo", para sacarlos de la agenda pública. El riesgo, sin embargo, es dotarles de inmunidad e impunidad con el silencio.
A pesar de la encomiable decisión de los jóvenes venezolanos que iniciaron una huelga de hambre para que el gobierno bolivariano permita la revisión de los derechos humanos permitiendo el ingreso de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Hugo Chávez no dará el brazo a torcer.
Chávez expulsó al secretario ejecutivo de la CIDH, desatendió sus opiniones, además de no haber aceptado fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, lo cuales, por ser el país firmante de la Convención Americana de los Derechos Humanos, se trata de decisiones vinculantes. Actuó de la misma forma que lo hiciera en otra época Alberto Fujimori.
Chávez, quien también echó a los representantes de Human Rights Watch, se ha mostrado siempre partidario de la política de los gobiernos de los hermanos Castro que no permiten a grupos de derechos humanos entrar a Cuba, bajo el principio de que se trata de injerencia capitalista.
En realidad, Chávez tiene una política errática y poco seria en materia de derechos humanos. Seguramente en estos días, si los jóvenes continúan con su huelga, empezará a tejerles todo tipo de historias sobre corrupción o hasta figuras de "traición a la patria" con tal de desprestigiar su causa. Así lo hizo y lo sigue haciendo con quienes disienten de sus políticas, varios de ellos en la cárcel, otros asilados y muchos voluntariamente exiliados.
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