domingo, 29 de agosto de 2010

El evangelio del domingo: El que se exalta será humillado

Mario Ramón Tenti

Domingo 22 Durante el año: 29 de Agosto del 2010
 Lucas 14,1.7-14

Introducción
El relato se sitúa en casa de uno de los principales fariseos. Jesús acude allí, en día sábado, para comer con el dueño de casa y los demás invitados. En el contexto de la comida se suceden algunos hechos: “curación de un enfermo” (vv 2-6), y comentario de Jesús al ver la conducta de los comensales que se disputaban los primeros puestos en el banquete (vv. 7-11) y la del anfitrión que había invitado sólo a los de su entorno (vv 12-14).

El que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado (7-11)
La situación que Jesús observa en el banquete le da la oportunidad para enseñar a sus discípulos el comportamiento que deben tener con sus semejantes. El ocupar ciertos lugares de prestigio no depende de las estrategias que uno pueda realizar, sino del aprecio que los demás le tengan, en éste caso el anfitrión. Pero, al agregar Lucas, la máxima sapiencial: “el que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado”, nos indica que la auténtica gloria viene de Dios, él mismo exaltará al que se humilla. Por lo tanto, la actitud de los discípulos tiene que ser de humildad, no pretender acceder a ciertos lugares de poder y  de prestigio sino servir desde la humildad, con la única intensión de agradar a Dios y de que sea reconocida su gloria.

Cuando des un banquete invita a los pobres (vv 12-14)
Al ver que el anfitrión había invitado al banquete solamente a los de su entorno, Jesús le dijo que cuando de un banquete invite a los pobres, lisiados, etc. Porque ellos no podrán corresponderle y así se sentirá feliz y tendrá su recompensa en la resurrección de los justos. Esta enseñanza trasciende la mera corresponsabilidad, el amor no piensa en posibles compensaciones, y, por eso la generosidad no tendrá otro premio que el que se concede en la resurrección. El discípulo es feliz cuando ama y comparte con generosidad su vida y sus bienes sin esperar recompensa alguna, el solo hecho de compartir, de solidarizarse con los últimos de la sociedad es motivo de alegría y gozo en el Señor.

Conclusión
Los cristianos vivimos insertos en el mundo, allí tenemos que vivir nuestra vocación y desarrollar nuestra identidad. Pero no con criterios mundanos que deshumanizan. Tenemos que vencer la tentación de buscar puestos de poder y privilegio en la sociedad y en la Iglesia, para servir a la causa del Reino de Jesús, dónde se invierte la lógica mundana y privilegia a los que auxilian a los pobres, a los últimos de la sociedad. La verdadera grandeza de los discípulos está en amar y servir sin esperar ninguna retribución, del mismo modo que vivió Jesús: alentando a los caídos, reconfortando a los débiles, incluyendo a los últimos, sanando a los enfermos, perdonando a los pecadores, en definitiva, amando sin límites a los “despreciados” de la sociedad, como un signo providente del anuncio de la llegada del Reino.

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