miércoles, 17 de noviembre de 2010

Perdón, animales

Sergio Sinay

Con su gobierno tambaleante a causa de la corrupción económica, moral y sexual, se dice en estos días (lo dicen algunos “analistas” políticos) que Silvio Berlusconi (esa especie de Duce en versión mamarracho) es un “animal político” y luchará hasta el final. Otro “animal político”, Geroge W. Bush, acaba de publicar sus memorias, y a pesar de que en ellas evidencia lo que es (un criminal de guerra, un psicópata sin conciencia de culpa) sigue libre y no ha sido convocado por el Tribunal Internacional de La Haya (tan rápido para condenar a dictadores asesinos de Asia, África o la Europa pobre). Un tercer “animal político”, Nicolás Sarkozy (racista indisimulado, ególatra peligroso para la sociedad) cambia su gabinete dispuesto a no soltar el poder que necesita como un adicto necesita la droga. El “animal político” de Tony Blair lucra por el mundo dando conferencias en las que miente hoy como cuando era Primer Ministro inglés.
¿No hemos hecho ya suficiente daño a los animales para invocar a esa especie cuando queremos describir a algunos de los peores ejemplares de la nuestra? ¿Tanta vergüenza nos da decir que son “humanos políticos”? ¿Qué quiere decir, además, animal político? Algunos genuflexos o cortesanos del poder usan la fórmula casi con admiración. Miremos a quiénes se aplica (a quiénes se aplica también en Argentina). Veremos que un “animal político” es un tipo sin escrúpulos, cuyos fines (siempre egoístas) justifican cualquier medio, que no se hace cargo de las consecuencias de sus actos, que miente con cara de piedra, que corrompe y se corrompe, que vacía de significado a cualquier palabra que emite, que ensucia a cualquier ideal que toca, que usa a los otros como instrumentos, que es incapaz de sentir compasión, piedad o empatía, que es de una incultura que asusta. ¿No será hora de dejar de repetir mecánicamente fórmulas? ¿No será hora de nombrarlos por lo que son? ¿No será hora de dejar de insultar a los animales?

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