domingo, 20 de febrero de 2011

Computadoras y aulas

Por Pilar Rahola, en La Vanguardia de España.

Cuando se planteó la cuestión de poner una computadora por alumno, pensé que teníamos fiebre de nuevos ricos, justo cuando empezábamos a ser renovados pobres. Es decir, sufríamos a destiempo ese triste síndrome de querer vivir bajo la piel de la apariencia, hinchando la cola para parecer un magnífico pavo real, cuando éramos una simple gallina. ¿Era comprensible que en un país con barracones, fracaso escolar y déficits de todo tipo la decisión fuera parecerse a Suecia en nuevas tecnologías? Quizás era por lo de Maquiavelo, que dijo que “pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”, pero ni con esas me parecía entendible la decisión. En su momento ya vivimos un conato de debate entre Gutenberg y Twitter, por supuesto más improvisado que profundo.
Pero antes de entrar en la cuestión de fondo, si la educación en el aula debe informatizarse hasta esos niveles o mantenerse en un territorio tecnológicamente más light, el tema económico era prioritario. Recuerdo que el conseller (miembro del gobierno autónomo catalán), del ramo, en un espléndido momento maragalliano, aseguró que no había ningún problema en ese aspecto porque la mitad lo pagarían los propios padres y el resto, Madrid y sus alrededores. Y luego nos hizo una disquisición muy sesuda sobre las maravillas de internet, él que, precisamente, tiene un lenguaje de pergamino. Y así fue como, por arte de empezar la casa por el tejado, algunas escuelas iniciaron el proceso del uno por uno, a cada niño su portátil; lo que nos garantizaba la enorme tranquilidad de tener niños igualmente analfabetos en materias lingüísticas, pero con un dominio del teclado que era una maravilla. ¿Esa era la manera de fortalecer la educación de los niños catalanes? Personalmente, me pareció un error al cuadrado. Error, primero, porque ni era preceptivo aumentar la presión económica a los padres ni era pedagógico que un país con tan severos déficits no priorizara lo realmente importante. Y segundo, porque no creo que una sólida educación implique la tecnologización integral del aula, sino un magnífico equilibrio de conocimientos y valores, aliñado con un respeto y una autoridad muy cercenados en los últimos tiempos.
Hablando en plata, en las high schools más importantes de Gran Bretaña -por poner un ejemplo de peso-, ¿qué se prioriza, leer y entender a Shakespeare o saber consultar Wikipedia?
Por supuesto, el siglo XXI exige una alfabetización tecnológica que, por otro lado, nuestros hijos ya dominan casi respirando. Pero la educación catalana no falla por internet sino precisamente por Gutenberg, y es en las viejas disciplinas y no en las nuevas tecnologías donde nuestros hijos pinchan hueso. De ahí que me pareciera desconcertante la decisión del viejo gobierno y celebro la paralización del nuevo. No sólo porque no somos el pavo real, sino porque en nuestro corral aún estamos peleándonos con el alfabeto.

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