Hay ocasiones en que, más allá de los escabrosos detalles de la crónica policial, lo que interesa resaltar luego de un accidente fatal, es el cariño que despertaba en vida quien resultó la víctima de ese suceso.
El fallecimiento de Álvaro Liasso, de 18 años, conmovió a amigos y familiares, no solamente por su juventud sino porque en verdad, en este caso partió hacia el Cielo un muchacho bueno, estudioso, prolijo, amigo de sus amigos, excelente hijo.
El año pasado había terminado su escuela secundaria en el Colegio 2 de Abril del barrio Autonomía y sus compañeros de entonces dijeron presente durante interminables horas en el multitudinario velorio.
Una de sus profesoras, presente en el sepelio, dijo a Arena Política que Álvaro no había sido un alumno más en las aulas sino uno muy bueno, lo que explicaba la cantidad de chicos y chicas que se dieron cita en la sala de duelo.
Su sitio en el popular "Facebook" de internet, se llenó de muestras de afecto de compañeros y amigos, lo mismo que las páginas de los diarios de Santiago.
Grandes y chicos coincidieron en destacar las virtudes y bondades de Álvaro, que había obtenido excelentes notas en su paso por la escuela secundaria, lo que le permitió que estuviera comenzando sus estudios superiores de forma auspiciosa, con una beca, en la Universidad Católica local, también con el reconocimiento de compañeros y profesores.
Cuando se aquieten las aguas del dolor y la remembranza comience a tomar otro sentido, quizás se vea clara la luz que dejó Álvaro en su corto paso por la vida. Tal vez entonces el dolor del recuerdo se transforme en la esperanza del reencuentro, en la expectativa de la redención definitiva.
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