domingo, 18 de abril de 2010

La triste visión de los políticos

Luis Pico Estrada 
Estela de Carlotto y Hebe de Bonafini.
Hay un parecido perverso entre la visión que ofrece la televisión entre los programas dedicados a la farándula .con su tristeza íncita- y los de la política. En el manejo breve del tiempo, en la docilidad que exhiben los protagonistas frente a sus interrogadores, en el planteo de temas excitantes. Se diría que desmaya la reflexión y que la agenda no la marcan los temas que importan sino los que atraen por un rato a un público desdeñoso.
Se podría decir en ambos casos que la empeñosa lucha de egos distrae de cualquier palabra seria. Se explica que así mueran los proyectos de liderazgo y que el 50% de los argentinos se desinterese de sus dirigentes políticos.
Algo semejante ocurre con las disputas entre el gobierno y los medios. Apenas si entretienen. No es raro que las encuestas señalen que las preferencias del público por Clarín en su desnudo combate con el gobierno estén a la baja.
Dentro de este escenario hay excepciones. En los dos grandes diarios nacionales y en Perfil hay material para pensar.
Beatriz Sarlo transita fuera de los carriles ordinarios. Tiene la sencillez de quienes se complicaron en los fragores de la vida y se distancian de esos fuegos sin perder pasión. Aquí unas líneas que publicó en “La Nación” respecto al delicado tema de los derechos humanos.
-Escuché el discurso de Estela Carlotto en la Plaza de Mayo, el 24 de marzo último. Después debí conseguir una copia de lo que leyó, porque no estaba convencida de haber oído bien. El camino a la politización de los dirigentes de derechos humanos lo abrió hace muchos años Hebe de Bonafini. Estela Carlotto no siguió esa ruta. Por el contrario: sostuvo la singularidad de su reclamo por los nietos apropiados durante la dictadura militar y consiguió, hasta hoy, 101 recuperaciones de identidad.
-Tiempo después, conflictos de poder en la Comisión Provincial por la Memoria de La Plata, de los que informó Horacio Verbitsky en Página 12 (20 de agosto de 2006), revelaban fisuras como las que recorren las organizaciones, por disidencias de pensamiento o por desavenencias en el reparto de cargos. Carlotto se volvía terrenal, no sólo porque ponía su imagen en la platea kirchnerista con una asiduidad que antes no había ofrendado a ningún político, sino porque le pasaban cerca las disputas por figuración y por cargos. Descendía al barro del día tras día del poder.
-El kirchnerismo de Carlotto es inadecuado a su función, ya que las organizaciones de derechos humanos no deben ser un contingente más en los enfrentamientos cotidianos de la política. Defienden derechos que están más allá de los gobiernos, porque son compromisos universales. Su lugar es la esfera pública. Desde allí, irradian sobre la política transversalmente, atraviesan los partidos y trabajan para que ese núcleo fundante de las sociedades modernas sea el pacto constitutivo. Los derechos humanos son, hoy, nuestro acuerdo de civilización.
-Pero la pieza escuchada en Plaza de Mayo es mucho más. De ello no puede responsabilizarse sólo a Carlotto, ya que fue endosada por su organización, por Familiares, por Madres Línea Fundadora, por Hermanos y por Hijos e Hijas. Como la figura que parece colocada más arriba de los conflictos entre estas organizaciones, Carlotto tuvo el papel de lectora. Se la puede responsabilizar por aceptarlo, pero no directamente por redactarlo, aunque, de forma brutal, coincida también con la visión maniquea de país que tiene el kirchnerismo, cuya política exterior el documento apoya de manera enfática.
-Quienes escribieron el discurso de Carlotto probablemente se enorgullezcan de su persistencia en el pasado. Sólo han cambiado algunos nombres: ahora no se dice Kadafi o Fidel Castro, sino Chávez y Evo Morales. Por supuesto, queda excluida una memoria plural. Para este discurso, existe sólo una memoria y sólo un relato tan inalterable como un mito. Carlotto, que ha buscado la vida más allá de la muerte en la identificación de los hijos de desaparecidos, se ha puesto del lado de lo invariable y de lo cristalizado. Todos seguimos idénticos en el mismo lugar, todos hundidos en la infernal repetición de una pesadilla que recomienza.


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