jueves, 27 de mayo de 2010

Juicio a 200 años de gobierno propio

Roberto Azaretto* 
A doscientos años del primer gobierno propio, surgido en la revolución porteña del 25 de mayo, es bueno hacer un balance de lo sucedido en estos dos siglos.
Cuando Cornelio Saavedra asume la presidencia de la Primera Junta, lo que hoy es la Argentina ocupa el territorio al norte de una línea entre Mendoza y Buenos Aires; los territorios al este de la ruta 34, hasta el Paraná están fuera de toda jurisdicción efectiva.
Trescientos mil habitantes, 2% del producto bruto latinoamericano, casi toda la población analfabeta, ningún universitario en casi todas las ciudades, como pomposamente se llamaban pequeñas aldeas, capitales de provincias casi inexistentes.
Al poco tiempo de los sucesos de mayo, nos peleábamos por la forma de gobierno, sin haber logrado y menos consolidado la independencia. Sólo San Martín pensaba en grande y su amigo Belgrano, ambos educados en España y con conocimientos del mundo.
San Martín, un jefe que no buscaba el dinero ni la gloria, acomete una gran empresa gracias a la capacidad de organizar y conducir un pueblo laborioso, austero, patriota como los antiguos mendocinos. Así, mientras mezquinos caudillejos confrontaban entre sí, la simbiosis entre el pueblo mendocino y el General San Martín lograba la gran epopeya de la emancipación sudamericana.
El gobierno nacional quiere borrar el éxito del Centenario, para disimular los fracasos actuales donde ni siquiera pudieron comenzar a remodelar el palacio del Correo Central para convertirlo en un centro cultural para festejar este Bicentenario. Cuentan con la complicidad de los integrantes de "Carta Abierta" y escritores como Pigna y Pacho O'Donnell que siguen un revisionismo anacrónico, totalmente superado por las investigaciones actuales.
La Argentina tuvo una segunda epopeya, en el período que va desde la presidencia de Avellaneda, donde ya aparece la figura del dos veces presidente, el general Roca, hasta el Centenario: construir un estado eficaz para convertir un desierto en una nación moderna en el término de una generación.
Se dictaron las leyes esenciales como la 1.420 de educación obligatoria en la primera presidencial de Roca, el matrimonio civil, los Códigos. Se extendió la ocupación efectiva del país a todo el territorio nacional.
En el Centenario el producto bruto nacional saltó de 2% inicial a 50% del total latinoamericano. El analfabetismo que era de 83% en 1869 se redujo a 35%, pese a que la mayor parte de los tres millones y medio de inmigrantes que vinieron eran analfabetos.
Exportábamos 50% de lo que exportaba América Latina y se había formado una clase media urbana y rural muy importante. Todas las capitales contaban con agua potable y cloacas y 36 mil kilómetros de ferrocarril unían todo el país. En ese mismo año se inauguraba el trasandino y se iniciaban los trabajos de la primera línea de subterráneos, habilitada en 24 meses.
La clase dirigente era culta, informada. Los políticos leían mucho, eran académicos, juristas, escritores, intelectuales. Había debate, porque había ideas. En el centenario el debate era sobre la cuestión social, la asimilación de la inmigración y la democratización del país. Para todo hubo respuestas como el proyecto de Código de trabajo de Joaquín V. González. O la educación patriótica en las escuelas y la ley Sáenz Peña del voto universal, secreto y obligatorio aprobada en 1912, ley que nos puso a la cabeza de América toda.
Llegamos a 2010 que encuentra a la Argentina arañando 10% del PBI Latinoamericano, con una clase media muy reducida y empobrecida; basta comparar el parque automotor chileno con el nuestro o las dificultades para acceder a la vivienda propia.
Entre el Centenario y 1950 hay avances en la inclusión social de la clase media con el radicalismo y gracias al peronismo con el voto de la mujer, la incorporación de los sectores obreros a la vida política plena y la edificación de un estado de bienestar.
Entre 1916 y 1983 hubo un largo ciclo de deterioro institucional, agravado en el tiempo, donde impera el hegemonismo con el avasallamiento de las autonomías provinciales por el yrigoyenismo, el fraude electoral de los conservadores y la falta de respeto a las libertades del peronismo. Después de 1955 vinieron las proscripciones y las dictaduras militares.
A pesar de que desde1990 a la actualidad el país ha crecido, los retrocesos en educación, salud, colapso del sistema de transportes y los problemas energéticos, son señales que no estamos mejor que en el Centenario. Por el contrario, estamos mucho peor, sin negar que no todos eran prósperos hace un siglo.
La mitad de los trabajadores están en negro y los que están en blanco no tienen buenos salarios por privilegiar modelos de baja competitividad incapaces de pagar buenos sueldos.
Hasta hace pocos años conservábamos la primacía en educación y en salud, la clase media era todavía importante. Hoy tenemos una baja notoria en educación y en salud la situación es preocupante con la reaparición de viajes endemias, el alza de la mortalidad infantil y la desnutrición.
Hemos destruido al Estado que fue potente entre 1875 y 1975 para cumplir los objetivos que se fijaban y ahora, a pesar de los discursos, no se recupera como lo muestra el deterioro del Indec. Desde los '70 el Estado es víctima de grandes depredadores como las diversas "patrias", la enorme corrupción y una dirigencia poco formada, inculta e ignorante de los procesos de cambio del mundo. El pueblo hoy es mucho más que la dirigencia.
No obstante, hay motivos para el optimismo. Uno es el pueblo. El otro, el mantenimiento de un alto nivel cultural. El tercero, las oportunidades que el mundo nos ofrece y que los sectores más dinámicos de la sociedad -como el agroindustrial- han sabido aprovechar, a pesar del ataque del Gobierno y sus intelectuales que se quedaron en los tiempos de Jauretche y Scalabrini Ortiz; es decir, en una Argentina y en un mundo que hace rato han desaparecido.
*Los Andes, de Mendoza

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