Graciosa bajo el humo que despiden sus hombres
quemados junto al río
y predilecta ya, como las hijas,
en el ancho fervor de sus mujeres,
no aprenden a llorar.
Un pie arraigado en la niñez y el otro
ya tendido a los bailes de la tierra,
su corazón ofrece a las mañanas
que remontan el Río.
Y quisiera grabar en el día su sombra
y decir las palabras
que castigan al tiempo
como a un noble caballo.
Pero vacila su talón ardido:
"¡No es hora!" canta el año junto al Río.
Yo no calcé su pié ni vestí su costado:
no la cubrí de plata festiva para el gozo
ni la calcé de hierro
para la grave danza de la muerte.
No restañé la herida salobre de su párpado
ni dije su alabanza
con la voz de las armas.
¡Yo soy un fuego más entre los hombres
quemados junto al Río!
La infancia de la Patria se prolonga
más allá de tus fuegos, hombre, y de mi ceniza.
que aún no tiene bautismo:
sobre tu carne pesa lo que un recién nacido.
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